17Oct/21

UNA DEVOCIÓN DE LUCHA

UNA DEVOCIÓN DE LUCHA

Revista Dr. Plinio en español – No. 41 – septiembre 2021    –
El Rosario otorga a la meditación de la vida de Nuestro Señor la nota mariana por excelencia, teniendo por detrás la verdad de Fe que debemos anhelar, desde el fondo de nuestra alma, se convierta en dogma: la Mediación Universal de María.

Dada la grandeza de la fiesta del Santo Rosario, es importante decir una palabra sobre esta devoción que consiste en la meditación de los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos de la vida de Nuestro Señor Jesucristo hecha en el Rosario, cada parte con cinco misterios.

La persona verdaderamente piadosa reza al menos una parte del Rosario al día.

Ciertamente es magnífico meditar en los misterios de la vida de Nuestro Señor. Además, los misterios allí señalados, en aquel elenco, aunque no sean los únicos, están muy bien concatenados y expuestos, y podemos percibir fácilmente el provecho que las almas obtienen con esta meditación.

Sin embargo, debemos reconocer que existen en la Iglesia otros métodos de meditación sobre los misterios de la vida de Nuestro Señor. Tenemos, por ejemplo, la meditación hecha de acuerdo con los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Esta técnica ignaciana se puede aplicar a cada uno de los misterios del Rosario. Hay otra devoción que medita magníficamente los misterios dolorosos: el Vía Crucis.

– Nuestra Señora del Rosario – Monasterio de San Pelayo de Antealtares,
Santiago de Compostela, España –

Por lo tanto, aunque el Rosario sea una devoción muy importante, considerado en su última coherencia no es más que otra presentación de estilo de meditación y acto de piedad que la Santa Iglesia, en su empeño maternal, multiplica de diversas maneras.

Y debido a esto, la siguiente pregunta no tiene una explicación muy clara: ¿Por qué todos los enemigos de la Iglesia odian tanto el Rosario? Lo odian y lo combaten más que todas las devociones similares. ¿Por qué también, por otro lado, el Rosario es objeto de una especial predilección de los verdaderos hijos de Nuestra Señora y de la Iglesia, de modo que tengan un gran aprecio, no sólo al método, sino a algunos imponderables vinculados al mismo objeto de piedad utilizado continuamente como una especie de garantía de bendición, de favor de Nuestra Señora, al punto de que, por ejemplo, no se concibe una persona verdaderamente piadosa que no lleve siempre consigo su rosario y que no rece al menos una tercera parte al día? Y no se concibe un miembro de nuestro Movimiento que no rece el Santo Rosario, es decir, las tres terceras partes todos los días; o que, al no poder rezarlo por justas razones, no tenga por causa de esto un gran dolor y una viva esperanza de retornar a rezar el Rosario.

Una de las bellezas de la Iglesia Católica.

Hay muchas órdenes religiosas que utilizan el Rosario como un elemento integral de su hábito. Está extendida la costumbre de enterrar los difuntos con un rosario entrelazado en las manos. Quiere decir, para esperar la resurrección de los muertos, el verdadero católico no se contenta con ir a la tumba con un crucifijo, sino ir también con el Santo Rosario. Son sin número las indulgencias con las que los Papas cubrieron el Rosario. La invocación de Nuestra Señora del Rosario es muy generalizada: catedrales, diócesis, familias religiosas, personas que utilizan el nombre de “Rosario” en varias naciones.

Por todos lados el Rosario goza de una influencia, una aceptación por parte de los buenos, sólo comparable al odio que experimenta por parte de los malos. Son varios los hechos que narran cómo el demonio, buscando atormentar a esta o aquella alma, retrocede cuando la persona atormentada lo enfrenta con el Rosario. Todo aquel que tiene un mal espíritu odia el Rosario, lo subestima o lo combate directamente. Por ejemplo, los jansenistas lo odiaban, los protestantes lo odian.

Entonces nos podríamos preguntar la razón de esta gloria especial del Rosario para la que, después de todo, no encontramos un fundamento al analizar a fondo esencia del Rosario, que es la meditación sobre los misterios de la vida y la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.

Me parece que, desde el principio, debemos reconocer que esta es una de las bellezas de la Iglesia Católica. Siendo que es extraordinariamente precisa en su pensamiento teológico, y sin embargo, está lleno de imponderables, que en algunos aspectos, constituyen el jugo de la devoción.

Mediación Universal de María Santísima.

Tomemos como ejemplo la admirable devoción del Vía Crucis. En ella se encuentra algo de la ternura de San Francisco de Asís, y sus imponderables invitan a una meditación enternecida, conmovida de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y de su sagrada muerte, de una manera especial. Hay un espíritu que fluctúa alrededor del Vía Crucis que constituye quizás lo mejor de su eficacia. Es una gracia específica vinculada con esta forma de devoción.

Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio son también una forma no exactamente de devoción, sino de meditación que trae consigo una gracia especial de lógica, energía, honestidad de conciencia y generosidad al poner a los fieles ante los problemas relacionados con su salvación eterna.

En el Rosario, la gran fuente de inspiración de nuestra meditación y el objetivo inmediato de nuestra oración es la Santísima Virgen. En mi opinión, es debido a este enfoque tan especial de Nuestra Señora que el Rosario constituye la devoción mariana por excelencia, teniendo por detrás la gran verdad de Fe, que debemos anhelar desde el fondo de nuestra alma que se convierta en un dogma: la Mediación Universal de María.

El sistema de rezar el Rosario apelando a Nuestra Señora en todo, rezando Avemarías mientras se considera algún episodio; ahora relacionando la oración con el acontecimiento, ahora concentrando la atención principal en el misterio, ahora en el Avemaría, en todo caso, siempre en una unión continua con Nuestra Señora; este es el carácter mariano que, en mi opinión, constituye el jugo del Rosario, porque esta devoción no tendría sentido si la Mediación Universal de María no fuera verdadera.

Debido a que representa un preludio de toda la teología de San Luis María Grignion de Montfort, de la verdad de Fe relativa a la Mediación Universal, el Rosario es tan odiado por el demonio. Y es por este imponderable que debemos aferrarnos mucho al Rosario.

En suma, debido a la nota mariana que el Rosario da a la meditación sobre la vida de Nuestro Señor, es una señal de la predilección de la Virgen el hecho de que alguien tenga una devoción especial al Santo Rosario. También es una señal de que Ella ama a alguien el hecho de que, a través del Rosario, lleve su alma a amar una posición que solo se justifica frente a la Mediación Universal. Por lo tanto, el Rosario es el verdadero símbolo de la devoción del fiel a Nuestra Señora, de aquel que quiere pertenecer a Ella plenamente.

Que Nuestra Señora nos haga luchadores enteramente de ella.

Esto se confirma por el odio del demonio y de los malos a esta devoción. A veces son más perspicaces que los buenos; y cuando odian mucho algo, podemos estar seguros de que eso es realmente bueno.

La razón por la que, al decorar nuestra sede principal, colocamos en la puerta de la capilla un Rosario pendiente de una espada, es para llamar la atención sobre dos verdades o dos pensamientos que deben marcar a quienes allí entran: en primer lugar, la fidelidad al Rosario y, a través de él, esta devoción omnímoda a Nuestra Señora, que es, al final de cuentas, la Mediación Universal. Después, la espada que nos recuerda al espíritu de lucha.

No es apenas por adorno que está allí, sino se colocó a propósito así, para llamar la atención de los que entran y marcar como prefacio, preparando una especie de golpe en la mentalidad del que entra, para adquirir el espíritu que se debe tener dentro de esa capilla. Este simbolismo es un estímulo continuo que queremos dar, para que se practique cada vez más la devoción al Santo Rosario.

Queda entonces, este pensamiento para recordar que el Rosario es una devoción de lucha y que vivimos en un tiempo de batallas. Por lo tanto, pidamos a Nuestra Señora que nos haga luchadores auténticos, enteramente de Ella. No conozco mejor pedido para ser hecho a través del Santo Rosario.

(Extraído de la conferencia de 6/10/1966)

19Sep/21

LAS REALIDADES TERRENAS DEBEN SER PARECIDAS CON LAS DEL CIELO

LAS REALIDADES TERRENAS DEBEN SER PARECIDAS CON LAS DEL CIELO

Revista Dr. Plinio en español – No. 41 – septiembre 2021

En la consideración de la fiesta de San Rafael Arcángel debemos impetrarle la graciade ver en todas las realidades terrestres la semejanza con las celestiales. Solamente, en la medida que amemos las realidades terrenas parecidas con el cielo, prepararemos nuestras almas para el Reinado de María Santísima y para la eterna beatitud.

San Rafael Arcángel Iglesia de los Jesuitas, Venecia, Italia
San Rafael Arcángel Iglesia de los Jesuitas, Venecia, Italia.

El culto a los Santos Ángeles está muy relacionado con nuestra espiritualidad, razón por la cual el estudio de los espíritus angélicos ocupa un papel muy importante en nuestros pensamientos.

PEDIR GRACIAS ESPIRITUALES Y TEMPORALES

San Rafael, como siendo uno de los más eminentes de los ángeles, naturalmente tiene un lugar privilegiado en nuestra devoción. Por otro la-do, el hecho de que él encamine las oraciones de los hombres hacia Dios y, naturalmente, a Nuestra Señora, que también es intercesora para los ángeles, es un motivo especial para que le demos culto a San Rafael.

El arcángel San Rafael es el Patrono de los que viajan y también de los enfermos. Hay tanta gente que, a uno u otro título, es enfermo. Considero una buena cosaque la persona, en relación a sus propias enfermedades, se comporte así: “Dios mío, os pido que me libréis de esta enfermedad, pero si no lo hiciereis, pues es de vuestro designio, haced por lo menos que yo saque todo el fruto espiritual de ella”.

Alguien podría pensar que pedir la salud no corresponde a una actitud perfecta, porque es una gracia temporal y no espiritual. Dios me libre de una religiosidad que sólo pida las gracias temporales; pero, que Él me libre igualmente de otra que juzga que hay una imperfección en pedirlas gracias temporales. Se debe pedir también “el pan nuestro de cada día”.

PROTOCOLO MONÁRQUICO DE LOS BUENOS TIEMPOS

Una de las nociones que se borraron mucho del culto de los ángeles, y que me parece interesante recordar, es la de que el cielo constituye una verdadera corte. Antiguamente se hablaba mucho de la Corte Celestial, que encuentra su fundamento en la idea de que Dios está delante de los ángeles y santos, en la Iglesia Gloriosa, como un rey delante de su corte.

Pero lo curioso es que algunas peculiaridades propias a las cortes existentes en la tierra, por las similitudes entre las cosas de la tierra y del cielo, acaban existiendo también en la Corte Celestial, constituyéndose una corteen el sentido mucho más literal de la palabra de lo que se podría imaginar.

Si consideramos un protocolo monárquico de los buenos tiempos, veremos que no era, según imaginan algunos, una cosa formal y completamente vacía; era la manera de regirla existencia de las varias personas al servicio del rey, de forma que todo se pasase de un modo práctico, sencillo y decoroso, facilitando toda la vida del monarca.

Así, por ejemplo, cuando el rey se colocaba a disposición para recibir los pedidos de sus súbditos, él los atendía teniendo en torno suyo, en las grandes ocasiones, a los príncipes de la Casa Real y personas de alta nobleza. Las peticiones eran presentadas por escrito; sin embargo, el interesado comparecía delante del monarca y podía dirigirle la palabra para decirle lo que quisiese. Algún príncipe, una personade alta categoría, o alguien que fuese allegado al interesado también podía decir algo. Entonces, el solicitante entregaba un rollo de papel con su pedido a un dignatario, que el rey examinaría después. Había una mesa sobre la cual iban acumulándoselas peticiones que después eran despachadas por un Consejo especial.

Se nota entonces una especie de jerarquía de funciones, de dignidades, de intercesiones que conducen al rey; y después, procediendo de él, llega a los particulares. Ése es el mecanismo de una corte.

PADRÓN PARA TODAS LAS CORTES TERRESTRES

En la Corte Celestial en último análisis existe el mismo protocolo y por las mismas razones. Dios Nuestro Señor – que evidentemente no necesita de nadie –, al haber creado seres diversificados es natural que entregue a ellos algunas misiones junto a Él, según una disposición jerárquica. Y también, que esos seres posean un brillo, un esplendor, una dignidad en la mansión celestial, correspondiente a las tareas de las que son incumbidos, tareas estas que a su vez corresponden a la propia naturaleza de ellos.

Así, está enteramente de acuerdo con el orden del universo que los seres humanos sean regidos por los ángeles, y éstos sean intercesores de los hombres junto a Dios. De manera que es verdaderamente una vida de corte, con un protocolo y una dignidad, que sirve de padrón para todas las cortes terrestres, e indica la necesidad de que exista un protocolo, una jerarquía, una diversificación de funciones. El ejemplo contrario de eso lo tenemos en los discursos de jefes de Estado y de sindicalistas modernos, teniendo una pilade gente atrás, decenas de micrófonos y gente alrededor conversando; el individuo interrumpe la arenga, da una orden para éste o aquél, cuenta un chiste y, después continúa hablando para la masa. Un caos en el cual no hay compostura ni dignidad. Y esa carencia de orden, compostura y dignidad van constituyendo la igualdad y la democracia.

Al contrario, en el estilo aristocrático-monárquico encontramos esa diferenciación, esa jerarquía que es la propia imagen del cielo, y comprendemos mejor aquella afirmación de Pío XII de que, aún en las democracias verdaderamente cristianas, es indispensable que las instituciones tengan un alto tonus aristocrático.

CONDICIÓN PSÌQUICA DE SOBREVIVENCIA EN LA TIERRA

La fiesta de San Rafael nos conduce exactamente a esa idea. Es un intercesor celestial de alta categoría que lleva nuestras oraciones a Dios, porque es uno de los espíritus angélicos más elevados que asisten junto a Él y, por lo tanto, están más próximos de Él para pedir por nosotros, constituyendo los canales naturales de las gracias que deseamos.

Esa consideración nos conduce a la idea de que debemos reforzar cada vez más en nosotros el deseo de que las realidades terrestres sean semejantes a las celestiales. Porque, sólo en la medida en que amemos las realidades terrenas parecidas con las del cielo, es como preparamos nuestras almas para la beatitud celestial. Si al morir no tenemos apetencia por las realidades terrestres parecidas con las celestiales, no tendremos apetencia del cielo.

Por lo tanto, hay algo en ese espíritu de jerarquía, de distinción, de nobleza, de elevación, que corresponde a una verdadera preparación para el cielo; preparación que es tanto más deseable cuanto más vayamos sumergiéndonos en un mundo de horror, en el cual todas las exterioridades con las cuales tomamos contacto son monstruosas, caóticas y desorganizadas.

Es una necesidad del espíritu humano, de modo a no sumergirse en la desesperación, que la persona pueda poner sus miradas extenuadas y doloridas en algo digno y bien ordenado. No es propio del hombre vivir en el mare magnum de cosas que caen, se sumergen y se deterioran. En algún lugar él necesita poner su alegría y su esperanza.

Pero de tal forma todo cuanto es digno va desapareciendo de este mundo que, o tenemos cada vez más nuestro deseo y esperanza puestos en el cielo, o no tendremos más condiciones psíquicas de sobrevivencia en la tierra.

Hubo una santa que tuvo una revelación en la cual vio a su propio ángel de la guarda. Era un ente de una naturaleza tan elevada, tan noble y excelsa, que ella se arrodilló delante de él para adorarlo, pensando que era el propio Dios. El espíritu celestial debió explicarle que él era sólo su ángel de la guarda, perteneciente a la jerarquía menos alta que existe en el cielo. En comparación con eso, ¿qué podemos imaginar de un ángel como San Rafael, de las más elevadas jerarquías?

SAN LUIS, REY DE FRANCIA, Y SAN RAFAEL, PRÍNCIPE CELESTE

Pero para no quedarnos en la concepción de un puro espíritu, podemos servirnos de una comparación antropomórfica que nos haga degustar mejor esa realidad, imaginando por ejemplo a San Rafael tratando con Nuestra Señora en el cielo, a la manera de San Luis Rey de Francia, hablando con su madre Blanca de Castilla.

Es sabido que San Luis era un hombre de alta estatura, gran belleza, muy imponente, de manera que al mismo tiempo atraía, infundía un respeto profundo y suscitaba un inmenso amor. Poseía el estilo de un guerrero terrible en la hora del combate, y era el rey más pomposo y decoroso de su tiempo.

Ese rey, en el cual brillaban todas las glorias de la santidad y que era un hijo muy amoroso, podemos imaginarlo en los esplendores de la corte de Francia conversando con Blanca de Castilla. ¡Cuánta distinción, cuánto respeto, cuánta elevación, cuánta sublimidad en esa escena! Ella nos da un poco la idea de lo que sería San Rafael dirigiéndose a Nuestra Señora. Un rey como San Luis era una especie de ángel en la tierra. San Rafael, vagamente puede ser considerado como una especie de San Luis celeste. Él es un Príncipe celeste; sólo con la diferencia de que San Luis era rey y San Rafael, no. Y Nuestra Señora es Reina a un título mucho más alto que Blanca de Castilla.

Por esta trasposición podemos tener un poco la idea, a la manera de hombres, de la alegría de la cual vamos a estar inundados en el cielo, cuando podamos contemplar a un arcángel como San Rafael; y todo cuanto veremos de Dios admirando a ese Príncipe celeste.

Pidamos a él que tengamos esa contemplación; pero también, que algo de esas ideas penetren en nosotros en esta vida, y que la consideración de ese orden ideal y realmente existente nos conforte para una esperanza del cielo y del Reinado de María, disipando toda la tristeza creciente de estos días en que los castigos previstos por Nuestra Señora en Fátima se van aproximando tan rápidamente de nosotros.

13Sep/21

LA IGLESIA:¿DEBE ACTUALIZARSE?

LA IGLESIA: ¿DEBE ACTUALIZARSE?

P. Fernando Gioia, EP
Heraldos del Evangelio
El futuro de la Iglesia vendrá de “aquellos que tienen raíces profundas y viven de la plenitud pura de su fe”, no de aquellos que “solo dan recetas” o que “se acomodan al instante actual”, tampoco de los “que escogen el camino más cómodo”, ha de ser: “acuñado nuevamente por los santos”

“Porque no sois del mundo, por eso el mundo os odia” (Jn 15, 18), advertía Nuestro Señor Jesucristo a sus Apóstoles resaltándoles que: “si el mundo os aborrece, sabed que me aborreció a mí primero que a vosotros” (Jn 15, 20).

En las primeras instrucciones después de su Resurrección, los envió a bautizar “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Sin embargo, también les dijo que enseñen: “a observar todo cuanto yo os he mandado” (Mt 28, 20); una forma de vivir que contrastaba, firmemente, con la que llevaban los hombres y mujeres de aquellos alejados y paganizados tiempos.

Previendo el rechazo del que sus apóstoles serían víctimas, no les dijo: “si en algún lugar no se os recibe ni se os escucha”, traten de adaptar un poco sus palabras para que obtengan aceptación. Sí les indicó, caso no fueran admitidos, tomar una fuerte actitud: “al marcharos, sacudíos el polvo de los pies, en testimonio contra ellos” (Mc 6, 11).

Estos consejos nos introducen en una temática discutida entre los propios católicos y hasta en los que no lo son.

Queda claro que en momento alguno les indicó que se acomoden al modo de vivir del mundo, a los “signos de los tiempos” – palabra tan utilizada por aquellos que se consideran “modernos” o “progresistas” enfrentándose con los calificados de “conservadores” –; todo lo contrario, sino que enseñen una nueva forma de vivir a los que son del mundo.

Sucede que las duras verdades de la religión, a veces, contradicen las comodidades. Es así que se presenta el dilema del qué hacer, pues acomodarse sería hacer un rechazo a la misión que Dios les había confiado.

En los días de hoy nos encontramos ante un proceso de “cambios profundos y acelerados” (Gaudium et spes, 4) que, cuanto más cómodos, más aceptados son. “Vivimos bajo la impresión de un fabuloso cambio en la evolución de la humanidad” decía Joseph Ratzinger, futuro Benedicto XVI, en 1970 (Libro Fe y futuro, p. 61).

No son pocos los que se preguntan: ¿hay cosas que pueden cambiar?, ¿será que nos vamos adaptando a todo lo nuevo que viene?, ¿debe la Iglesia actualizarse a ciertas situaciones para no dar entrechoques?

Al mismo tiempo pareciera que nos encontramos en los   momentos en que: “Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque eran como ovejas que no tienen pastor” (Mc 6,34). El hombre moderno está, muchas veces, sin rumbo, por la falta de clarificación de la doctrina. Gran variedad de ideas y doctrinas son difundidas en la sociedad – y abundantemente en los medios católicos – sin saber cuáles están realmente de acuerdo con la enseñanza del Divino Redentor. Los hombres necesitan conocer la Verdad, vivimos una carencia clara de doctrina y de pensamiento. Urge ser infaliblemente fieles a Aquel que es el “Camino y la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6).

La Iglesia Católica, en el ejercicio de su misión, debe enseñar la verdad, gobernar de acuerdo a la verdad y santificar según la verdad suprema, que es el propio Dios, a un mundo que no está en posesión de la verdad. Si quiere salvar almas, instruyéndolas en las verdades de la religión, nunca puede adaptarse a los vicios de la sociedad humana con una verdad relativa, sino esforzarse por devolverlas a la verdad, ya que cualquier adaptación al espíritu del mundo fácilmente da lugar a desviaciones. La verdad enseñada por Nuestro Señor Jesucristo es única y absoluta, y no permite relativizaciones ni adaptaciones en aquellos lugares donde no sea debidamente escuchada.

El sol, que sustenta la vida en la tierra, él es él, sin adaptarse a nadie; esto hace que sea el eje y la fuente de vida, al no amoldarse y ser siempre el mismo. No es posible imaginar, en sentido contrario, a Nuestro Señor decidiendo adaptarse – por ejemplo – a aquellos que estaban en la sinagoga de Nazaret, no siento tan rígido. ¡Dejaría de ser Nuestro Señor!

Bien nos decía la Oración Colecta del XV Domingo Tiempo Ordinario: “Señor Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados para que puedan volver al buen camino, concede a cuantos se profesan como cristianos rechazar lo que sea contrario al nombre que llevan y cumplir lo que ese nombre significa”.

Una triste circunstancia refleja lo que estamos comentando. La Conferencia Episcopal de Alemania publicó terribles estadísticas que muestran el número de fieles que ha abandonado la Iglesia en ese país en los últimos tres años: más de 710.000 (CNA Deutsch, 14-7-2021).

“Profetizó” misteriosamente esta situación, cuando era un simple sacerdote, el actual Papa Emérito Benedicto XVI: “la crisis presente ¡decía en esos tiempos! – es sólo “la reanudación de lo entonces empezado, en el período del llamado modernismo, para la Iglesia vienen tiempos muy difíciles. Su auténtica crisis no ha comenzado. Hay que contar con graves sacudidas” (“Fe y Futuro”, 1970, p. 69 y 77). A seguir afirmaba, dando esperanza, que el futuro de la Iglesia vendrá de “aquellos que tienen raíces profundas y viven de la plenitud pura de su fe”, no de aquellos que “sólo dan recetas” o que “se acomodan al instante actual”, tampoco de los “que escogen el camino más cómodo”, ha de ser: “acuñado nuevamente por los santos” (p. 74-75). Pero, terminaba: “estoy completamente seguro de que permanecerá hasta el final, la iglesia de la fe” (p. 77).

Muchos hechos acentúan, a todo momento, cómo la presente fase histórica que vivimos es palco de una crisis religiosa sin precedentes. En Friburgo, ya siendo Papa, no “profetizaba” sino que pedía una Iglesia que se separe del mundanismo: “para cumplir su misión deberá desligarse del mundo” (25-9-2011), es decir, menos espíritu del mundo, más fe. Se lamentaba, poco antes, “del éxodo del mundo de la fe”, en su país de origen. (Herder Korrespondenz/Gaudium Press, 26-7-2021).

Todo esto exige de los católicos una confianza inquebrantable en el triunfo de la Santa Iglesia – mismo que parezca dormida o en una aparente muerte –, que resurgirá y será exaltada, presentándose: “gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada” (Ef 5, 27).

La Prensa Gráfica de El Salvador, 29 -8- 2021

www.reflexionando.org

20Ago/21

GRACIAS DE MARÍA EN LA AURORA DE SU REINO

GRACIAS DE MARÍA EN LA AURORA DE SU REINO

Revista Dr. Plinio en español No.40 agosto 2021

La fiesta de Nuestra Señora Reina (que celebramos el 22 de agosto), tal vez, es la más oportuna de ser evocada en los días que vivimos, porque a medida que la realeza de la Santísima Virgen es contestada, nosotros la debemos proclamar.

Siendo Nuestra Señora la Madre de Dios, Él quiso honrarla concediéndole la realeza sobre todo el universo: los Ángeles, Santos, hombres vivos, almas del Purgatorio, condenados y réprobos del Infierno, y demonios; todos le obedecen. Hay, por lo tanto, una mediación de poder y no apenas de gracia, por la cual Dios ejecuta todas sus obras por medio de Nuestra Señora. Ella posee el cetro, de modo a ser no solo el canal por donde el imperio de Dios pasa, sino la Reina que decide, siempre en conformidad con la voluntad divina, solo que con una piedad de Madre que Él no podría tener, por no estar en su papel de Padre y Juez. Así, la realeza de Nuestra Señora sobre el universo es una obra-prima de lo que podríamos llamar la habilidad de Dios para tener misericordia de los hombres.

Recordando este principio de la universalidad de la realeza de Nuestra Señora, debemos preguntarnos si en nuestro interior Ella es Reina de hecho. Para eso, no basta saber si estamos en estado de gracia; es necesario ir más lejos y preguntarnos si tenemos el espíritu de la Revolución o de la Contra-Revolución. Si la Revolución es la negación del Reino de María, quien participa de su espíritu no puede decir que contiene en sí ese Reino, pues él solo existe en el alma de quien posee, positiva y completamente, el espíritu contrarrevolucionario.

Participa de la Revolución todo aquel en cuya mentalidad existen ideas y tendencias consentidas que conducen a conclusiones y actitudes revolucionarias. Debemos, pues, esforzarnos para que no exista en nosotros ningún defecto de Revolución, de manera que los más puros principios contrarrevolucionarios estén entronizados en nuestra alma y seamos verdaderos adeptos de la Contra-Revolución.

Por otro lado, no basta que Nuestra Señora sea Reina en cada uno de nosotros. Es necesario que hagamos lo posible para que Ella reine en el mundo entero. Para eso, conviene que nos preguntemos qué hacemos por la realeza de María en la Tierra. ¿Somos apóstoles contrarrevolucionarios? ¿O somos inseguros, medrosos, callados, condescendientes con las máximas del mundo?

Pidamos a la Madre de Misericordia que arranque de nuestras almas cualquier fermento de Revolución; que Ella nos hable en la profundidad de nuestros corazones, mostrándonos lo que debemos hacer para ser auténticamente contrarrevolucionarios.

Imploremos que luzca ante nosotros la alborada del Reino de María con la comunicación de gracias mariales que harán de sus hijos y esclavos, los verdaderos Apóstoles de los Últimos Tiempos1.2

1) Apóstoles profetizados por San Luis María Grignion de Montfort, especialmente devotos de la Santísima Virgen, que trabajarán para la instauración del Reino de María.

2) Cf. Conferencia 22/5/1968.

09Ago/21

LOS ABUELOS ANCIANOS, LOS ENFERMOS Y LA EUTANASIA

LOS ABUELOS ANCIANOS, LOS ENFERMOS Y LA EUTANASIA

P. Fernando Gioia, EP

Los ancianos tienen la preciosa misión de ser “testigos del pasado e inspiradores de sabiduría para los jóvenes y para el futuro”, decía San Juan Pablo II en la Familiaris Consortio (27), incentivando a que se tenga una singular veneración y especial afecto para con ellos. Transmiten paz y tranquilidad, su experiencia de vida suaviza las discrepancias familiares. En los días de hoy, en que la palabra “derechos humanos” está en la boca o escritos de tantos, en los tiempos de “progreso” que vivimos, presenciamos una marginación toda especial para con ellos. Cuando no los “estacionan” en los últimos momentos de su larga vida en un asilo, sufriendo silenciosamente el drama de la soledad y falta de cariño familiar, los encaminan a la extrema situación opuesta: la eutanasia.

Ante la falta de familia, o del calor familiar, se multiplican hoy las alternativas de acompañamiento en residencias o en su propia casa por enfermeras. Muchos y buenos son los lugares de acogida de congregaciones religiosas, especialmente femeninas.

Pero, como alertaba hace años la asociación española SOS Familia, se comenzaba a propugnar lo opuesto, imponer una mentalidad rumbo a leyes que “libertarán a los ancianos, a las familias y a los Estados, del peso de la vejez. El trabajo de atenderlos, las herencias que llegan antes, los gastos de salud y las pensiones que se economizan” (La familia en peligro, p. 154). Así se comenzaba a proponer –desde la primera mitad del siglo XX– la macabra amenaza de adelantar la muerte.

El don de la vida, inscrito en la propia naturaleza humana, es irrenunciable. Pues, como bien se dice: “nadie elige nacer y nadie puede evitar la muerte”. El Dios de la vida es el Señor que domina la muerte: “Yo doy la muerte y la vida” (Dt 32, 39). Por eso la eutanasia es un homicidio de quien coopera con ella, y un suicidio de parte de quien la solicita. “Se peca contra Dios, cuyo dominio exclusivo sobre la vida del hombre se usurpa. Se peca contra la sociedad, privándola injustamente de uno de sus miembros. Se peca contra sí mismo, pues todo hombre está obligado a amar la propia vida” (La familia en peligro, p. 155).

Así como se pretende eliminar seres humanos con defectos físicos o psicológicos, lo que llaman “eutanasia eugénica”, también está la “eutanasia económica”, aplicada para los que constituyen una carga para la sociedad. Sus partidarios, en su diabólico afán, no dejan de presentar otro argumento, como el del sufrimiento “insoportable” de los últimos días de vida para justificarla.

Claro que se debe evitar, como nos enseña el Catecismo de la Iglesia sobre el llamado “ensañamiento terapéutico” –que son los tratamientos médicos desproporcionados –, los cuales pueden ser interrumpidos, pues, “con esto, no se pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla” (CIC, 2.278). Si bien que, por otro lado, ante la muerte inminente, importa que la asistencia no puede ser legítimamente interrumpidos pues “los cuidados paliativos constituyen una forma privilegiada de caridad desinteresada” (CIC, 2.279).

Valgan estas informaciones frente al método usado habitualmente por los materialistas y ateos de conmover a la opinión pública con casos individuales, totalmente excepcionales. Alegando una falsa compasión, silencian los principios morales. Usan el subterfugio del espejismo de una “dulce muerte” para los “cansados de vivir”. Si hasta lo presentan como un acto de piedad, y la bautizan de “asistencia médica para morir”, su colaboración para tener “una muerte digna”.

La eutanasia etimológicamente significa (del griego): buena (eu), muerte (thanatos). En concreto es: matar deliberadamente a un enfermo incurable para poner fin a su sufrimiento.

Fue Holanda el primer país en legalizar la eutanasia (2000), Bélgica lo acompañó en 2002. Esta onda fue avanzando en países como Dinamarca (retiro de tratamientos), Suecia y Suiza (asistir al suicida), China (a pacientes incurables) , Francia (casos excepcionales). Y así, en un avance procesivo, llegamos a las últimas y radicales aprobaciones de leyes sobre la eutanasia en España (junio, 2021) y Chile (aprobado por unanimidad en Diputados, abril de 2021).

La tradición ha hecho que se confíe en el médico en los momentos de enfermedad o sufrimientos, dada la actitud que tiene que adoptar, ejerciendo excelente servicio a la vida. Es el espíritu del juramento hipocrático.

Para escapar o huir de esta problemática se está empujando el tema hacia la “última voluntad”, es decir, que el propio paciente disponga de su vida, acercándose a lo que llaman de “suicidio asistido”, quedando en medio del suicidio y la eutanasia. El paciente elige (ya hay píldoras letales a disposición en Holanda y otros lugares), el médico daría las instrucciones como asistente, respetando la voluntad del enfermo. ¡Vaya sensibilidad moderna!, que incita a la muerte a los más débiles.

Proponen el “testamento vital”, en el cual la persona indica cómo quiere ser tratado, para deslindar responsabilidades del crimen que se ejecutará. Podemos preguntar ante el riesgo de “ser suicidado”: ¿será real el testamento?, dado que puede el enfermo estar deprimido o desalentado, no teniendo en torno de sí amor o calor humano y sobrenatural; ¿no habrá por detrás una intención mentirosa para eliminar a los disminuidos física, psicológica o espiritualmente?; ¿aquellos que, en prolongado sufrimiento, su mente perturbada por esta triste situación pueda llevarlos a pedir legítimamente la muerte, haciéndolo de buena fe?

La muerte no tiene vuelta atrás. En el mundo paganizado que vivimos, que perdió la certeza de la inmortalidad futura y la esperanza de la resurrección prometida, si no se proyecta una luz nueva sobre el sufrimiento y la muerte, no se tendrá la fuerza extraordinaria para confiar en los designios de Dios.

Digan lo que digan, es inadmisible asesinar a un pobre enfermo. La eutanasia sigue siendo –en el decir de San Juan Pablo II– un acto intrínsecamente malo: “una grave violación de la ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana” (Evangelium vitae, 65).

Que San Joaquín y Santa Ana, cuya fiesta el 26 de julio celebramos, ayuden a nunca abandonar a los que sufren, a no rendirse nunca, a cuidar y amar para dar esperanza. Que quede claro para todos que provocar la muerte nunca puede ser una referencia para evitar el sufrimiento, que crezca en todo lugar la defensa de la vida y de los cuidados paliativos. Amén.

 

18Jul/21

EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA:LA SAGRADA UNIÓN ENTRE HOMBRE Y MUJER

EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA:
LA SAGRADA UNIÓN ENTRE
HOMBRE Y MUJER

P. Fernando Gioia, EP
www.reflexionando.org

La familia, en los tiempos modernos, ha sufrido quizá, como ninguna otra institución, la acometida de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y de la cultura”, con esta singular frase comienza la Exhortación Apostólica de San Juan Pablo II, Familiaris Consortio/La Comunidad de la Familia, hace 40 años.

Transformaciones a través de las cuales –en estos momentos marcadamente– se sienten las fuerzas del mal intentando, por un lado, destruirla, y por otro, desformarla (FC, 3).

Ante tales embates, sentía el recordado Pontífice que muchas familias permanecían fieles “a los valores que constituyen el fundamento de la institución familiar”, pero veía penetrar otras incertezas, dudas o ignorancia y, con relación al significado último y la verdad de la vida conyugal y familiar, desánimo y angustia ante las dificultades crecientes.

La dignidad de esta bella institución, oscurecida por deformaciones, es “frecuentemente profanada por el egoísmo, el hedonismo y los usos ilícitos contra la generación” (Gaudium et spes: GS, 47).

Célula primera y vital de la sociedad, no se basa en disposiciones humanas. Fundada por el Creador y en posesión de leyes propias, la íntima comunidad conyugal “se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su consentimiento personal e irrevocable” (GS, 48).

Los esposos se dan y se reciben mutuamente: “Yo te recibo como esposo/a y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida”. Se han convertido en cónyuges, unidos por un yugo libremente acogido, en una sola esperanza. Entregándose uno al otro sin reservas, no se pertenecen más a sí mismos. Marido y mujer pasan a ser una sola carne, un solo corazón, una sola alma, aun en la diversidad de sexo y de personalidad. Bien afirmaba el Papa Emérito, Benedicto XVI: “la profundidad y la belleza (del matrimonio) radican precisamente en el hecho de que es una opción definitiva” (31/ 8 / 2006).

Nace, en esta complementariedad entre persona femenina y masculina, semejante y desemejante, ante los hombres una institución confirmada por la ley divina; primera escuela de virtudes sociales, “escuela del más rico humanismo” (GS, 59), fundamental para el desarrollo de la sociedad.

Importa considerar que el orden social está profundamente relacionado con el bien de la familia, que concede al mundo la grandeza de la vocación al amor y al servicio de la vida, “llamada a santificarse y a santificar a la comunidad eclesial y al mundo” (FC, 55).

Institución natural –de “derecho natural” diríamos en terminología jurídica– que está ordenada al “sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra” (Gén 1, 28); razón por la cual, necesariamente, tiene que ser una alianza estable. Esta unión matrimonial forma, con sus hijos, una familia. “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer” (Mt 19, 5). San Pablo utiliza la imagen del matrimonio para expresar la relación de Cristo con la Iglesia, esa unión no temporal o experimental, sino fiel e indisoluble: “este es el gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia” (Ef 5, 32).

Es crucial, hoy y siempre, pregonar los designios de Dios con la misma creación, origen y fundamento de la sociedad humana. Al principio, en efecto, “creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó. Dios los bendijo, y les dijo Dios: Sed fecundos y multiplicaos” (Gn 1, 2 7-28).

Este vínculo sagrado, mutua entrega que exige plena fidelidad e indisoluble unidad, está ordenado a la procreación y a la educación de los hijos. Marido y mujer, que por el pacto conyugal, “ya no son dos, sino una sola carne” (Mt 19, 6).

Este vínculo sagrado, mutua entrega que exige la plena fidelidad e indisoluble unidad, está ordenado a la procreación y a la educación de los hijos.


Bien saben los nuevos cónyuges, en el momento de realizar el consentimiento legítimo comentado arriba, que el matrimonio no va a ser un caminar de delicias tras delicias. Será un recorrido que tendrá cruces, que deben de ser aceptadas en armonía, santificándose el uno al otro, y los dos santificando a sus hijos. El amor madura en los caminos que tienen sufrimiento en su recorrido. “La verdadera belleza necesita también de contraste. Lo oscuro y lo luminoso se completan” (Benedicto XVI, Ídem). Así, la familia será lo que sea el matrimonio, y este ayudará para la salvación de los demás, antes que nada, del otro, de los hijos, y de toda la comunidad.

No queda duda, por lo tanto, que la familia es un bien, una obra divina. Pero, a lo largo de los últimos decenios, estos principios comenzaron a ser cuestionados, cuando no negados, escarnecidos y despreciados.

Alarma el ocaso de valores fundamentales en el mundo actual que repercute en la esencia del matrimonio: la desacertada concepción de la independencia de los cónyuges entre sí, las ambigüedades sobre la autoridad de padres, las dificultades en la transmisión de valores, el número cada vez mayor de divorcios, la plaga del aborto, etcétera. Unas familias sufren falta de medios de supervivencia (trabajo, alimento, vivienda, salud); otras, en su excesivo bienestar, navegan en el consumismo moderno. Todas, peor aún, sufren la presión de los medios de comunicación y de redes sociales que –no pocas ve c e s – oscurecen los valores morales basados en los Mandamientos de la Ley de Dios.

Deseamos que esta “pequeña Iglesia” o “iglesia doméstica”, llamada a ser signo de unidad para el mundo y a ejercer destacada influencia en la sociedad, “vuelva a remontarse a lo más alto. Es necesario que sigan a Cristo” (FC, 86).

Recemos, por tanto, para que la Sagrada Familia, probada por la pobreza, la persecución y el exilio: San José, la Virgen María y Cristo Jesús, Rey de las familias, guarden, protejan e iluminen siempre a todas las familias. Pues, como exclamaba San Juan Pablo II, para no ceder a los espejismos actuales: “¡El futuro de la humanidad se fragua en la familia!” (FC, 86).

10Jul/21

EL MANTO DEL CARMEN

EL MANTO DEL CARMEN

Mons. João Clá Dias, EP


Así como vistió a su Hijo Jesús con una túnica de valor incalculable, María Santísima quiere cubrirnos a nosotros, sus hijos adoptivos, con la más eficaz de las vestimentas.

Anticipando el monaquismo católico, unos cuantos discípulos de Elías eligieron las alturas del monte Carmelo para entregarse a la contemplación. Permanecieron así en la sucesión de las generaciones hasta la llegada del Señor. Varios se convirtieron después de Pentecostés y fueron los primeros en erigir un oratorio en alabanza de la Virgen.

Tácito nos relata que el emperador Vespasiano subía al monte Carmelo para consultar un oráculo, y allá escuchaba las orientaciones de un sacerdote llamado Basilido, que en cierto momento le auguró un gran éxito.

Otro historiador –Suetonio– refuerza el relato, agregando que Vespasiano iba al Carmelo en busca de una confirmación para su destino y sus reflexiones, y volvía lleno de ánimo.

Autores de peso discuten entre sí el origen del oratorio existente en el lugar. Unos dicen que era pagano; otros, en cambio, afirman que ya se trataba de un santuario dedicado a la Santísima Virgen. Entretanto, es totalmente segura la enorme antigüedad de la Orden del Carmen.

Después de Elías, su discípulo Eliseo siguió habitando la montaña, rodeado por los “hijos de los profe­tas” (Cfr. 2 Re 2, 15; 6, 1; etc.). Se conoce allá una “gruta de Elías” y una caverna llamada “Escuela de los Profetas”.

Vivían bajo la dirección de un ex militar de nombre Bertoldo. En 1154 o 1155 un pariente suyo, Aymeric, patriarca de Antioquía, lo orientó en el establecimiento del eremitorio. A un monje griego, Juan Focas, quien lo visitó en 1185, le contó san Bertoldo que se había retirado con diez discípulos al Carmelo en virtud de una aparición de san Elías. Esta comunidad recibió poco después una regla del Patriarca de Jerusalén, san Alberto, la cual fue enmendada y definitivamente aprobada por el Papa Inocencio IV en 1247. Quedaba constituida así la Orden del Carmen.

El Primer Vestido lo hizo Dios

El primer vestido del que la Historia tiene noticia se remonta al Paraíso Terrenal. Cuenta el Génesis (3, 21) que después de caer nuestros primeros padres, Adán y Eva, el propio Dios les confeccionó túnicas de piel y los cubrió con ellas. Mucho más tarde, Jacob hizo una túnica de variados colores para el uso de José, su hijo bienamado (Gen 37, 3). Y así, los atuendos son citados en tales o cuales circunstancias a lo largo de las Escrituras (Gen 27, 15; 1 Sam 2, 19; etc.). Sin embargo, hay una túnica que ocupa un lugar princeps entre toda vestimenta: la que fue echada a la suerte por los soldados, por tratarse de una pieza de altísimo valor al no tener costura. Una piadosa tradición atribuye a las purísimas manos de María el arte empleado en su confección. Cuando los verdugos se dieron cuenta de la alta calidad de dicha pieza, tomaron la decisión de no rasgarla.

Así vestía María a su Hijo Jesús desde su nacimiento, como Madre devota y esmerada. Y quiere revestirnos también a nosotros, sus hijos adoptivos, Aquella que “cubre como la niebla a toda la tierra”, puesto que le fuimos entregados en la mismaocasión en que los soldados decidían por suertes la propiedad sobre la túnica de Jesús: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26).

¿Qué ropa Ella nos ofrece?

El Escapulario, una de las vestimentas más eficaces

En 1251, la Virgen Santísima se apareció a san Simón Stock, sexto general de la Orden del Carmen, entregándole un escapulario y prometiendo a todos quienes lo usaran, que se verían libres de la condenación eterna. Décadas más tarde (1322) el Papa Juan XXII concedió a los carmelitas el privilegio sabatino, esto es, que todos los que muriesen usando el escapulario se verían libres del fuego del Purgatorio al sábado siguiente de su fallecimiento. He aquí, pues, una de las vestimentas más eficaces, aparte de ser un magnífico símbolo de alianza, protección y salvación.

Papas enaltecen el uso del Escapulario

En 1951, con motivo de la celebración del 700º aniversario de la entrega del escapulario, el Papa Pío XII dijo en carta a los Superiores Generales de las dos órdenes carmelitanas: “Porque el Santo Escapulario, que puede ser llamado Hábito o Traje de María, es un signo y prenda de protección de la Madre de Dios“.

Exactamente 50 años después, el Papa Juan Pablo II afirmó: “El escapulario es esencialmente un ‘hábito’. Quien lo recibe es agregado o asociado en un grado más o menos íntimo a la Orden del Carmen, dedicada al servicio de la Virgen para el bien de toda la Iglesia. […] Dos verdades evoca el signo del escapulario: por un lado, la continua protección de la Santísima Virgen, no tan sólo a lo largo del camino de la vida, sino también al momento de pasar a la plenitud de la gloria eterna; por otro, la conciencia de que la devoción a María no puede limitarse a oraciones y tributos en su honor realizados en algunas ocasiones, sino que debe tornarse en ‘hábito’.”

Ambos Pontífices confirman, así, las muestras de aprecio que el escapulario ha recibido por parte de varios antecesores, tales como Benedicto XIII, Clemente VII, Benedicto XIV, León XIII, san Pío X y Benedicto XV. Benedicto XIII extendió a toda la Iglesia la celebración de la fiesta de Nuestra Señora del Carmen el 16 de julio.

Son éstas algunas de las razones que unen a los Heraldos a la Orden del Carmen y por eso se revisten con un escapulario.

Publicado El 07/07/2021, Caballeros de la Virgen.

28Jun/21

MÁRTIRES EN EL SIGLO XXI

MÁRTIRES EN EL SIGLO XXI

P. Fernando Gioia, EP
www.reflexionando.org

Al escuchar la palabra “mártires” no deja de venir a nosotros el recuerdo de los primeros cristianos que derramaron su sangre, especialmente en Roma. La figura del Coliseo se presenta a nuestros ojos. Este enorme anfiteatro con su arena llena de bendiciones, escenario del martirio de tantos en la época de las persecuciones, sucesos siniestros, al mismo tiempo magníficos. Aparece la imagen del pódium donde las autoridades asistían al martirio de los cristianos devorados por las fieras. Sin la menor duda el sufrimiento de estos mártires estaba unido, místicamente, a los cristianos de todos los tiempos.

Aquellos hombres y mujeres ofrecieron sus vidas resistiendo a la presión del ambiente idolátrico y paganizado que los rodeaba, manteniéndose fieles a la gracia de conversión que habían recibido al conocer la Santa Iglesia Católica en su caminar inicial, con espíritu indoblegable y total entrega. Negarse a echar incienso a los “dioses” paganos era motivo causal de ser lanzado a las fieras para ser devorado.

Recuerdo las bellas palabras que monseñor João Scognamiglio Clá Días, fundador de los Heraldos del Evangelio, escribió como meditación, estando dentro del propio Coliseo en febrero de 1993. Parafraseamos algunos trechos del agradable texto literario.

“Justo al lado del estrado donde se ponían los emperadores para deleitarse con el despedazamiento de los cuerpos de los mártires, lugar central y más importante de la platea de este histórico, terrible y grandioso Coliseo, puedo asistir, con la memoria y la imaginación, a innumerables martirios”. Los victimados eran “objeto de escarnio de aquellos paganos a la espera del trágico momento en el que suelten a las bestias hambrientas en la arena. Los abucheos, para ellos, no representaban nada. Fueron estímulo para creer en los coros de los Ángeles y de los Bienaventurados que están esperándolos, más allá de las murallas de las aparentes realidades de esta vida, con una palma y una corona”. Grita la multitud, silencio y un gran suspense: “las fieras hambrientas irrumpen en la arena y avanzan impetuosas sobre las puras e inocentes víctimas para devorarlas”.

“Terminada la cruel matanza, entraban los gladiadores para encadenar los animales que saciaron su bestial apetito con las carnes de un nuevo serafín. La arena está vacía, el espectáculo ha terminado, la asistencia, frustrada, se retira lentamente. ¡Vaya demostración de fe y de nobleza habían presenciado! Los cristianos permanecen. Cuando el manto de la noche empieza a cubrir la ciudad, se meten en la arena en busca de la tierra transformada en reliquia, al estar empapada con la sangre de aquellos mártires, que hoy constituyen una verdadera legión en el gozo de la visión beatífica. Este edificio es evocativo: cada piedra tiene una bella historia para contar, a decir una palabra sobre aquel pasado cubierto de sangre, dolor y gloria. ¡Oh arena que fuiste el pedestal de tantos Bienaventurados!”

Bien se dice: “sangre de mártires, semilla de cristianos”. Así ocurrió. Millones, sí, millones de cristianos fueron martirizados de las formas más horrorosas en los primeros siglos del cristianismo. Su sangre abrió camino a la conversión de tantos y tantas a la fe cristiana.

Pasaron casi dos mil años. Sin embargo, a lo largo de los siglos, en todo el orbe, hemos presenciado momentos de persecución religiosa con mucha sangre derramada por aquellos que no aceptaban someterse a religiones paganas, ideologías ateas o por ser misioneros de la fe católica en regiones que estaban a la espera del anuncio del Evangelio.

En nuestro siglo XXI, tan lleno del palabreado sobre los derechos humanos, del derecho de practicar cualquier religión, ideología o formas de vida, encontramos situaciones que nos dejan tristes, llenan de indignación, y nos hacen reflexionar.

En nuestros ambientes –mismo dentro de los efectos de una pandemia que no acaba–, vivimos una tranquilidad que mejor sería calificarla de “pseudo normalidad”. Despreocupados podemos, mal que mal, ir al centro comercial, al supermercado, al cine, ejercer algún deporte, caminar por las calles, ir a Misa, viajar. Como católicos, mismo como creyentes, no tenemos, al momento, oposición abierta a nuestras convicciones religiosas.

No podemos dejar de comparar nuestra situación con la de aquellos cristianos que, en tierras africanas, en variados países, sufren una tenaz persecución que los lleva, inevitablemente a la muerte si mantienen su fe, basada en los mandamientos de la Ley de Dios y las enseñanzas de la Santa Iglesia y, más aún, si son misioneros.

Es lo que está ocurriendo, por ejemplo, en Nigeria. Más de 1,400 cristianos fueron masacrados por grupos extremistas, batiendo el macabro récord del mayor número desde el año 2014 (según la Sociedad Internacional para las Libertades Civiles y Estado de Derecho). Por su lado, la Fundación Pontificia para Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIS) informó de un aumento en la persecución de los cristianos en África. A estos asesinatos se suman víctimas en otros países de este continente que, como sombra aterradora sobre la Iglesia, ocurren en Camerún, Chad, Kenia y Somalia. Mons. M. Kukah, obispo de Sokoto, en Nigeria, declaró cuando la ejecución de diez cristianos un día después de la Navidad: “Forma parte de un drama mucho más amplio con el cual vivimos diariamente”.

Ellos, perseguidos y muertos sin piedad; nosotros, tranquilos gozando la “pseudo normalidad”.

Tomando conocimiento de estos hechos no podemos quedar en la misma actitud de espíritu. Sospechosa es la falta de información sobre el tema en los servicios de comunicación internacionales, tan rápidos en noticiar cierto tipo de acontecimientos. Parecen ciegos y sordos ante estos terribles eventos.

Por eso quiero, en este artículo, dar de mi parte, y ciertamente de muchos que estarán leyéndolo, mi acompañamiento, mi pesar, mi protesta indignada, por estos asesinatos a hermanos en la fe en tierras africanas. Que sepan ellos, “mártires del Siglo XXI”, sus familiares y amigos que, de corazón, estamos con ellos.

A distancia, desde nuestras “comodidades” –entre comillas pues no sabría decir hasta cuándo las tendremos– un saludo, una oración, un abrazo a nuestros hermanos africanos que están sufriendo la persecución de aquellos que, exigiendo tolerancia para sus pensamientos extremistas religiosos o políticos, actúan con la más tenaz intolerancia frente a quienes quieren llevar la paz y la alegría de Cristo, Nuestro Señor, a los corazones.

Quiera Dios que la “sangre” de estos mártires sean “semilla” de nuevos cristianos y produzcan abundante cosecha para su Reino. Que Dios y la Virgen los acompañen.

11Jun/21

FALLECE EL P. CARLOS TEJEDOR, SUPERIOR DE LOS HERALDOS DEL EVANGELIO EN COLOMBIA.

FALLECE EL P. CARLOS TEJEDOR, SUPERIOR DE LOS HERALDOS DEL EVANGELIO EN COLOMBIA.

De 75 años, el P. Tejedor era muy conocido en el país por su
gran actividad apostólica.

Redacción (30/05/2021 11:06, Gaudium Press) Tras haber recibido los sacramentos que prescribe la Santa Madre Iglesia para el trance postrero rumbo al juicio divino y la eternidad, falleció en el día de ayer en la Clínica Los Nogales de Bogotá, a los 75 años de edad, el P. Carlos Tejedor Ricci, EP, superior de los Heraldos del Evangelio en Colombia, conocidos también en el país como los ‘Caballeros de la Virgen’.

El P. Tejedor murió a consecuencia de una embolia pulmonar.

Nacido en Buenos Aires, llegó a Colombia en misiones apostólicas en el año de 1981 y desde entonces tuvo su sede en el país andino, en el cual sirvió más de la mitad de su vida.

Fue hecho sacerdote en la primera leva de presbíteros de los Heraldos del Evangelio, cuando el 15 de junio del año 2005 en San Pablo – Brasil, Mons. Lucio Angelo Renna, O.C., obispo de Avezzano, ordenó los primeros 15 sacerdotes Heraldos, entre quienes se encontraba el fundador y superior general, Mons. João Clá Dias, EP. Estaba por tanto pronto a completar 16 años de ministerio sacerdotal.

Rasgos morales del P. Carlos

El P. Tejedor fue un eximio formador de generaciones de jóvenes de ambos sexos, no solo desde el punto de vista académico, sino sobre todo en el carácter y para la vida espiritual. Para un temperamento vibrátil, intuitivo y a veces tendiente a lo explosivo como es el del colombiano, él tenía la dosis apropiada de bondad, disciplina y firmeza, que buscaba conducir las almas a la virtud y convocaba al control de las pasiones con el auxilio de la gracia. Son numerosos los que recuerdan con gratitud las muchas aulas de variadas disciplinas, impartidas por el P. Carlos Tejedor.

Conquistó las numerosas simpatías de las que era objeto por su gran bondad. Detrás de cada indicación, incluso detrás de las reprensiones que a veces tenía que dar, las personas percibían fácilmente su profundo y generoso afecto varonil y cristiano, su genuino y puro deseo de hacer bien a las almas.

Trasplantado de su tierra argentina aún en la flor de la joven edad, quiso el P. Tejedor adaptarse generosamente y hasta moldearse a las costumbres del país en donde entregó sus energías por el Señor, costumbres a veces tan diferentes de las propias. El propio Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, de quien el P. Tejedor fue tan fiel discípulo, decía que él en muchas cosas se había tornado colombiano.

Como todo aquel que camina decididamente en las sendas de la virtud, el P. Tejedor padeció no pocas cruces en su vida, sea en la realización de las múltiples labores apostólicas que promovía o directamente coordinaba, sea en la dirección de almas no siempre tan dóciles a sus consejos como estos bien lo merecían. En todos estos trabajos, brilló de manera sublime por su imbatible paciencia, por su sólida perseverancia, por su esperanza inquebrantable.

Tras su ordenación como sacerdote en el año 2005, a sus ya muchos dones naturales y de la gracia, se sumaron los de confesor solícito, predicador docto y apostólico, y ministro celoso. Eran muy apreciados sus sermones, que en los últimos años fueron seguidos diariamente por decenas de miles de personas a través de diversos canales en internet.

Su apostolado y entrega fueron más que fecundos.

Siempre en unión con el fundador de los Heraldos, Mons. João Clá, los ‘Caballeros de la Virgen’ desarrollan una ingente actividad y son harto reconocidos en Colombia, tras haber recorrido bajo el amparo de Nuestra Señora de Fátima todos los rincones de su geografía en millares de peregrinaciones y misiones; han difundido por millones rosarios, libros de piedad, devocionarios y demás elementos religiosos por variados medios. El P. Tejedor organizó y participó personalmente de muchas de estas peregrinaciones y coordinaba las demás actividades en el país, contribuyendo poderosamente a mantener y revigorizar su índole católica, aún muy viva en estos aciagos días.

Al conocer la noticia de su fallecimiento, de los más diversos países surgen las expresiones de condolencia y agradecimiento por la vida del P. Tejedor, en las que se aúnan el comprensible dolor por la partida del querido y celoso pastor de almas, con una serena alegría al constatar la feliz conclusión de una vida bien y bellamente vivida, que con el favor de Dios y la Virgen seguirá intercediendo en el cielo por aquellos que se le encomienden. (Gaudium Press / Saúl Castiblanco).

28May/21

El ESPÍRITU CONSOLADOR

El ESPÍRITU CONSOLADOR

Reflexiones Teológicas de Plinio Correa de Oliveira
(Extraído de la conferencia del 2/6/1966)
Para que venga del Reino de María no basta apenas con el exterminio de los malos a través de un castigo divino, igualmente se hace necesaria una efusión de gracias del Espíritu Santo que lleve a la conversión gran parte de la humanidad. Incluso los contrarrevolucionarios deben someterse a una transformación al estilo del gusano que se convierte en una hermosa mariposa.

Por ocasión del Divino Espíritu Santo y la Fiesta de Pentecostés, me gustaría decir algo acerca de un punto del que hemos estado hablando: el Grand Retour1.

Necesidad de gracias excepcionales de conversión para la instauración del Reino de María.

Si consideramos que los castigos previstos por la Virgen en Fátima determinarán el exterminio de un gran número de personas, especialmente las que no son buenas, y que entonces, salvándose los buenos, con ellos nace una nueva humanidad, me parece que desde el punto de vista demográfico quedamos en la estaca cero. Porque ¿cuántos son los verdaderos contrarrevolucionarios en los días de hoy? ¿Y cómo asegurar la perpetuación del género humano partiendo de un puñado de buenos que quede? Es evidente que el exterminio no es suficiente, esos castigos tienen que ir acompañados de una gran conversión.

El Diluvio Universal- Iglesia de Santa María Magdalena, Troyes, Francia

Sabemos que el Diluvio Universal, además de un castigo, fue una ocasión de conversión para muchas personas que, ante la inminencia de la muerte, se convirtieron y se salvaron. Por lo tanto, podemos imaginar que las tragedias que castigarán a la humanidad, caso no se enmiende, también serán una oportunidad para que muchos se conviertan.

Pero ¿cómo podemos considerar esta gracia para tantas personas, incluso para los contrarrevolucionarios tan deficientes y llenos de fallas, teniendo en cuenta que se trata de instaurar la época más brillante de la Historia de la Iglesia, que es el Reino de María? ¿Cómo resolver este problema?

Sólo podemos imaginar esto de la siguiente manera: en algún momento, de un modo inesperado, la Virgen realizaría sobre un gran número de personas una acción sobrenatural, con gracias obtenidas por Ella, que actuarían sobre las almas para que se conviertan, se transformen por completo y se vuelvan contrarrevolucionarias.

Puedo decir que, tímidamente, a algo de esto asistí en mi vida. Porque cuando comparo lo que hoy es mi obra, con las posibilidades existentes para constituir un movimiento católico como este, cuando empezamos, y lo que era Brasil antes de que comenzara el movimiento católico, veo enormes transformaciones que no podrían tener lugar sin gracias muy especiales, evidentemente distribuidas por el Espíritu Santo a las almas y obtenidas por su Santísima Esposa.

Cuando recordamos el “congelador” religioso que era Brasil en tiempos, por ejemplo, Washington Luiz y lo comparamos con el miserable Brasil de Jango y el Brasil indeciso de Castelo Branco, vemos que hubo, a pesar de mil desmoronamientos, de mil reveses, una obra evidente de la gracia que, en su género, es absolutamente maravillosa, excepcional, que no está en el obrar común de la Providencia.

En cualquier etapa de la vida espiritual, pedir una transformación completa.

Es evidente, que necesitaremos operaciones excepcionalísimas de gracia. Estas son las que debemos pedir: gracias muy especiales del Espíritu Santo. Es muy conveniente que hagamos este pedido al Divino Espíritu Santo Divino por motivo de la Fiesta de Pentecostés.

Supongamos a alguien que, en su vida espiritual, se va manejando de una manera perfectamente satisfactoria; otro, de una manera mediocre; otro, sin embargo, insatisfactoriamente. ¿Cómo queda este pedido de gracias para cada uno?

Para el primero, se debe pedir a la Virgen que le dé una gracia para que su fervor sea tal que equivalga a una verdadera conversión, por la que adquiera una forma completamente nueva de ver la vocación, una renovación de todas las energías internas, para que la apetencia de santidad, de sacrificio, de amor por todo lo que es grande y sublime y que verdaderamente nos habla de Dios, crezca enormemente; y que él sea, con relación a lo que era antes, como la mariposa es para crisálida. Tengo la impresión de que la representación zoológica de la transformación operada por la gracia en el hombre es un gusano que se arrastra por el suelo – un ser vil, feo, enterrado en el polvo –, que de repente se convierte en una hermosa mariposa. Esta es la transformación espiritual del hombre.

Esto lo deben pedir sobre todo los mediocres, que no se sienten progresar, y cuya vida de piedad se convierte en lero-lero, las Avemarías se automatizan, los pensamientos de piedad pierden el jugo, se conserva para todo esto una especie de cariño convencional, pero el fondo del alma no va por es camino.

Sin embargo, me gustaría hablar especialmente para aquellos que tienen la desgracia de no estar espiritualmente bien. Hay situaciones en la vida espiritual que son tan difíciles que la persona como que pierde el coraje: “No puedo, no aguanto. Está muy bien, es muy hermoso, pero está demostrado que perdí el aliento, y ya no avanzo más…”

Ahora, la Fiesta de Pentecostés nos recuerda admirablemente que esta forma de razonar es falsa. Por más grandes que sean las dificultades, el Divino Espíritu Santo puede, en cualquier momento, por la intercesión de la Virgen, atender nuestros pedidos y fulminar un alma con su gracia, como San Pablo camino de Damasco. Una intervención como esa, cualquiera puede y debe pedir.

En estas condiciones, por lo tanto, yo sugeriría que todos nos acerquemos a la Fiesta de Pentecostés con gran confianza, plenamente convencidos de que, si pedimos, la Santísima Virgen nos atenderá, obteniendo para nosotros una gracia especial del Espíritu Santo. No puedo asegurar que tal regalo va a llegarnos el día de Pentecostés, cuando las campanas estén anunciando el mediodía. Las cosas en la vida espiritual no ocurren tan cinematográficamente. Pero uno debe pedir para recibir en el momento apropiado y oportuno.

La verdadera acción del Espíritu Consolador.

A respecto de la acción del Divino Espíritu Santo en Pentecostés vale la pena otra consideración. Debido al giro histórico del espíritu religioso a lo largo de los siglos, cuando se habla de la tercera Persona de la Santísima Trinidad como Espíritu Consolador, se insinúa la idea de una viuda llena de crepes, teniendo tres niños cerca de ella, cada uno relamiendo un bizcochito, sentada al pie de un sauce junto a una tumba en el cementerio de la Consolação, y pensando: “¡Qué bueno era mi Pafúncio! Tan amable, tan correcto… Es cierto que una vez que me traicionó, pero no vale la pena pensar en eso ahora”. Y después de un tiempo de un bueno y suave llanto, se retira del cementerio consolada.


Pentecostés – Catedral de Santa María la Real, Pamplona, España

En una de sus obras, Proust2 aparece el personaje de una tía viuda que vivía en una hermosa habitación de la que nunca salía. La cama de esta señora estaba al lado de una ventana con vistas a la calle, para que pudiera ver todo lo que estaba sucediendo allí. La pared de la habitación era listada en azul claro y blanco, imitando tela, donde colgaba un retrato del difunto marido. Entre las distracciones de la viuda durante el día estaba mirar la foto y comentar con la criada: “Qué bueno era mi pobre marido…”

Esta es la idea común que se tiene de “consolación”. Por lo tanto, el Espíritu Consolador también sería el que nos haría tener un sabroso misticismo durante el Avemaría; una cosa melosa de donde la persona sale, en este sentido dulcificado de la palabra, consolada.

Sin embargo, el Espíritu Consolador no es esto, sino lo correspondiente a la etimología latina de la palabra “consolatio”, es decir, aquel que da fuerza. Él es apropiadamente el Espíritu de fuerza, de ánimo frente al dolor, al sufrimiento y a la lucha. Es el Espíritu Santo quien nos da fuerzas para luchar por la virtud, para lograr la santificación, para luchar por la Causa de Dios. Por lo tanto, es el Espíritu alentador, que da coraje para que la persona luche. Y no, lo contrario, el que coloca un gustico agradable de consolación, es este otro sentido de la palabra.

Sin duda, también es uno de los efectos del Espíritu Santo una cierta forma de dulce resignación, suave en medio de un gran sufrimiento. Pero este es un efecto entre muchos otros que el Espíritu Santo produce, y que no tiene nada que ver con el sentimentalismo melancólico, al estilo de Chopin3, y otras cosas del género. Es algo de resignación cristiana, por ejemplo, en la Virgen, después de que Nuestro Señor subió al Cielo, Ella pasó aún mucho tiempo en la tierra, para el bien de la Iglesia naciente, y anhelando por Él. Así que no tiene nada en común con la flaqueza sentimental de la que hablamos arriba.

No conozco nada mejor que los gisants de la Edad Media para darnos la idea sensible de este espíritu de ánimo, de energía, fruto del Espíritu Santo, que nos lleva a enfrentar la vida en cualquier circunstancia. Aquellos guerreros acostados, en una actitud de oración, armados para la vida y enfrentando plácidamente la muerte, después de transponer tranquilamente los umbrales de la eternidad, con fe en Dios y en la Iglesia Católica, listos para presentarse ante el juicio divino, confiados en su justicia y en su misericordia, representan bien, en mi opinión, esta forma de firmeza que da el Espíritu Santo. Una firmeza llena de serenidad, que no es insensible, calvinista. Esta actitud del alma es una de las manifestaciones de esa acción del Espíritu Santo.

Ánimo firme y paciencia: gracias que se obtienen del Espíritu Santo.

Me parece que hay que tener en cuenta al tratar sobre el problema del dolor, la posición del católico frente al sufrimiento, la admiración, la aceptación y la comprensión del dolor como un valor insigne que pone en orden e ilumina toda la vida en este valle de lágrimas. Todo esto sólo puede entenderse bien a partir de ese ánimo sobrenatural, que el Espíritu Santo da a los fieles para todo tipo de lucha y sacrificio, incluso para la adquisición, conservación y progreso de la virtud.

Al igual que la palabra “consolación”, también la noción de paciencia es tergiversada en nuestros días, considerándola como una cosa fofa, boba y sin sentido. ¿Pero qué es la paciencia? Este término proviene del vocablo passio, que significa sufrir. Por lo tanto, la paciencia es la capacidad de sufrir, una de sus manifestaciones es soportar injurias, cuando es el caso de soportarlas.

Tumba de los Duques de Orleans – Basílica de Saint-Denis, Francia

Pero esa no es una actitud tonta. La paciencia es un elemento indispensable e integral del coraje. Es por tener la capacidad de sufrir que el hombre es valiente. Pero ¿qué sentido tendría un reportaje que dijera: “La artillería avanzó con admirable paciencia sobre el adversario”? Nadie lo entendería. Sin embargo, tiene un significado: con una admirable disposición de sufrir, de dar y recibir golpes. Por lo tanto, es un elemento integral del coraje.

Pidamos a la Virgen que nos consiga gracias del Espíritu Santo para tener ese consuelo, ese ardor, especialmente en la vida de santificación y en la lucha contra el adversario.

1) Del francés: Gran retorno. A principios de la década de 1940, hubo un aumento extraordinario de espíritu religioso en Francia, por ocasión de las peregrinaciones de cuatro imágenes de la Virgen de Boulogne. Tal movimiento espiritual fue llamado “gran retour”, para indicar el grandioso regreso de ese país a su antiguo y auténtico fervor, entonces oscurecido. Al conocer estos hechos, el Dr. Plinio comenzó a emplear la expresión “gran retour” en el sentido no sólo del “gran retorno”, sino de un torrente abrumador de gracias que, a través de la Santísima Virgen, Dios concederá al mundo para la implantación del Reino de María.

2) Valentín Louis Georges Eugène Marcel Proust (1871 – †1922). Escritor francés.

3) Frédéric François Chopin (1810 – †1849). Compositor polaco-francés y pianista de la época romántica.

17May/21

¿ESTAMOS MENOS INTELIGENTES?

¿Estamos menos inteligentes?

P. Fernando Gioia, EP, Gaudium Press, 02/05/2021

¿Cómo serán las próximas generaciones? ¿Apáticos? ¿Pegados a los monitores? ¿Sin emociones ni relaciones humanas? ¿Menos inteligentes?

Resulta expresiva, hasta pintoresca, la identificación de las generaciones que han ido naciendo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta el mundo digitalizado en que nos encontramos.

Una de las denominaciones más difundidas es de “nativos digitales”, los que nacieron después del inicio de esta “era”, y de “inmigrantes digitales”, acuñadas por el escritor norteamericano Marc Prensky en el 2oo1. Calificación muy discutida pues argumentan que fueron “inmigrantes” los que hicieron posible la revolución digital y no precisamente los “nativos”. Se defienden los “viejos inmigrantes” afirmando que: una cosa es ser experimentado en el uso de los medios digitales, otra es, el conocimiento de la misma, pues, no por ser “viejo” uno está anclado en el pasado y por ser “joven” se es versado e inteligente.

A través de los decenios fueron catalogadas las generaciones como: los “baby boomers” (1949 y 1968), ante quienes – en su tranquilidad social y familiar – irrumpe la televisión. La radio tenía una presencia que exigía de ellos imaginación y desarrollo del pensamiento ante lo relatado. Pasaron de la máquina de escribir al teclado, tras ellos llegan las nuevas generaciones.

Vivieron fuertes transformaciones, presenciando, unos como activistas, otros como espectadores, la “revolución de mayo del 68” en París, con sus eslóganes en grafitis, repercutiendo en el ámbito cultural y religioso. Tuvimos oportunidad de profundizar en artículo de opinión en LPG (“Es prohibido prohibir”, 12-4-2016).

LOS ‘NETS’

Con la aparición de Internet surgen los “nets” o “generación net”. Dentro de esta calificación, general, aparece primeramente la llamada “generación X” (1969-1980). Coexistían con la televisión en una comunicación unilateral, no tenían posibilidad alguna de participación. Al surgir los computadores, comienza una comunicación recíproca. Crecieron en el ambiente digital y los consideran como un puente generacional entre los de 1960 y 1993, aproximadamente. Son hijos de los “baby boomers” y padres de los “milennials” o “generación Y” (1981-1993).

A las generaciones siguientes se les fueron dando variadas titulaciones: “Y” o “centennials” (1994-2010) y “Z” o “decennials” (2011). Hiperconectados, todas sus actividades pasan por intermedio de la pantalla, viven inmersos en lo digital. En esa “virtualidad”, viven aletargados y refugiados en la inmediatez. Las fechas generacionales aproximadas, los consideremos como grupos que comparten una identidad coetánea ante el mundo que les rodea.

En medio de este maremágnum de calificaciones, también salen a luz los llamados “gamer”, tomados por los videojuegos; y el singular apodo de “generación muda”, pues viven del mensaje instantáneo, sin llamadas telefónicas.

Dentro de este panorama ha comenzado la polémica ante este caminar y dependencia digital. Muchos se preguntan si, con el correr de los años, ha habido un aumento en el nivel de inteligencia. Normalmente ocurría, con el pasar del tiempo, que los descendientes eran más inteligentes que sus mayores. ¿Qué está ocurriendo hoy?

TEMORES QUE SE REPITEN

Llama la atención que, cuando apareció la imprenta, se pensaba que los textos escritos podrían socavar la memoria y la sabiduría de las personas. En el siglo pasado se consideró una amenaza el nacer de la radio, pues, y con razón, distraía a los niños en las tareas. Llegada la televisión hubo reacción más asustadiza. Ésta pareciera caminar a su desaparición sobrepasada por la entrada en escena de las modernas tecnologías que invaden sigilosamente la vida cotidiana. Películas, videojuegos, redes sociales, etc., sobre-estimulan las distracciones, perjudicando la concentración y, como elemental consecuencia, la memoria.

Han estudiado, mediante escáneres cerebrales, vínculos entre el uso de la pantalla y el desarrollo cerebral en niños, mostrando su repercusión en el lenguaje. Mayor exposición a la pantalla peor lenguaje expresivo, hasta dificultad en la velocidad en nombrar objetos, repercusión en la plasticidad neuronal, en sus habilidades vitales, indispensables para su aprendizaje. En resumen: retraso en el nivel de conocimiento, en el lenguaje, consecuencias socioemocionales y en el desarrollo intelectual.

Adentrándonos en medio del remolino de esta polémica, algunos afirman que nos estamos volviendo más tontos. Basados en estudios realizados a través de lo que se llama de “efecto Flynn”, se descubre que el coeficiente intelectual, que siempre había ido en aumento desde los años 90, en los últimos veinte años ha disminuido marcadamente en los países más desarrollados.

EL TEMA DEL ESFUERZO

Afirman que internet se ha convertido en una memoria externa, delegando la actividad cerebral a los aparatos electrónicos. Haciéndose imprescindible para no pocos al facilitar el trajinar diario de variadas formas. Para movernos ya no nos esforzamos, un botón nos indica el camino o cambia de canal sin movernos. La tecnología nos proporciona solución para todo. Información directa, rápida y breve, pero, sin profundización. Quedamos sumergidos en informaciones y todo tipo de estímulos. No usamos nuestros propios recursos cerebrales. Somos cada vez más dependientes. Se desarrolla una, como que, adicción, las personas no consiguen separarse de su teléfono celular, que mismo apagado, sigue ejerciendo su influencia.

Un estudio de la Royal Society for Public Health, afirma cómo las redes sociales merman nuestras capacidades intelectuales. Tenemos un gigantesco acceso a la información y nuestras búsquedas se limitan a leer superficialmente. Abrumados por la sobre-información, disminuye nuestra concentración y reflexión. 

La inteligencia es la capacidad de razonar, planificar, resolver problemas, pensar, comprender, aprender con rapidez. De generación en generación, según el llamado “efecto Flynn”, se consideraba que, con el desarrollo social, mejorando condiciones de vida y educación, aumentaba el coeficiente de inteligencia. Pero se está notando lo contrario.

El neurocientífico Michel Desmurget (Lyon, 1965), director de investigación en el Instituto Nacional de la Salud de Francia, con datos duros y contundentes, muestra cómo los dispositivos digitales están afectando gravemente al desarrollo neuronal de niños y jóvenes.

Hay una disminución en la calidad y cantidad de interacciones intrafamiliares, fundamentales para el desarrollo del lenguaje y emocional; va desapareciendo el tiempo dedicado a otras actividades más enriquecedoras (tareas, música, arte, lectura, etc.); el sueño mengua repercutiendo en la atención y retención; la concentración se hace difícil, repercutiendo en el aprendizaje, el cerebro no consigue desplegar sus capacidades.

Hace más de diez años, Nicholas Carr, escritor estadounidense, se preguntaba si esta situación nos estaba volviendo más estúpidos. Lo tildaron de exagerado. Autor del libro “Superficiales: lo que internet está haciendo con nuestras mentes”, afirma: “El uso de esta tecnología tiene grandes repercusiones mentales porque nos roba nuestra atención, y eso hace que pensemos más deficientemente. Se están perdiendo habilidades como la contemplación, la reflexión, la introspección” (BBC News Mundo 4-2-2021).

¿Cómo serán las próximas generaciones? Será una generación de apáticos, pegados a los monitores, sin emociones ni relacionamiento humano. Pasaron de hablar a teclear, quedaron “mudos”.

Regulemos el uso de la tecnología en los más pequeños y, por qué no, los grandes también procedan a ello. So pena de…

(Publicado originalmente en 2l diario La Prensa Gráfica de El Salvador, 2-5-2021)

29Mar/21

LOS COLORES DEL PARAÍSO

LOS COLORES DEL PARAÍSO

Caballeros del al Virgen – Publicado el 03/04/2021
Verdaderas joyas vivas, estos pajaritos son preciosidades que Dios ha puesto en la naturaleza para deleitar al hombre y llevarle a tener añoranzas del Paraíso.

“El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos” (Sal 18, 2), canta hermosamente la Escritura. El salmista no conoció́ nuestras ciudades actuales, verdaderas selvas de hormigón, iluminadas por potentes luces artificiales, donde ya no es posible contemplar lo maravilloso de una noche estrellada.
Sin embargo, aún podemos admirarnos, por ejemplo, con el suave movimiento de las blancas nubes, que la imaginación infantil concibe como imponentes montañas de algodón, o con espectaculares puestas de sol, que pintan toda la naturaleza de exuberantes colores, tan vivos como ningún artista sería capaz de concebir.

Aunque tal vez lo que más nos atraiga del mundo natural sea el reino animal. Y en el vastísimo abanico de especies existentes podemos pensar en la agilidad, elegancia y belleza de las aves.

El pequeño tico-tico se destaca por la vivacidad del alboroto que arma en bandadas. El cisne se desliza suave en la placidez de un lago, como si prescindiera de cualquier esfuerzo para desplazarse. El colibrí́, en la delicadeza de sus alas y su pico, de vuela veloz cortejando a las flores.

Y las golondrinas buscan tejados y la cercanía con el hombre, como a la espera de una mano amiga que quiera compartir con ella las migajas de su pan.

Y si hablamos de colores, quizá́ sean las aves el género más rico en colorido del reino animal. La variedad de tonalidades es enorme, dejando atónito a un observador poco versado en ornitología.


Es lo que podemos apreciar en las simpáticas saíras, que ejercen un atractivo especial precisamente por los colores de su plumaje. Presentan unos azules, rojos, verdes o dorados que parecen piedras preciosas aladas, sublimando con la vida el reino mineral. Tanto que han servido de modelo a numerosos escultores que tallan en piedras semipreciosas, e incluso preciosas, bellas figuras de esos pájaros.

Estos pajaritos, auténticas joyas vivas salidas de las manos del divino artífice, son preciosidades que Él ha puesto en la naturaleza para que, en armonía con la diversidad de otros colores presentes en el mundo vegetal y mineral, puedan deleitar al hombre y llevarle a tener añoranzas del Paraíso, con un deseo aún mayor por conocer las grandiosas bellezas celestiales.


Sepamos admirar las maravillas de este mundo con los ojos puestos en la eternidad, porque, como dice poéticamente San Agustín, “si son hermosas las cosas que creó, ¡cuánto más hermoso es el Creador”.[1]

Y estemos seguros de que lo que Dios ha reservado para los que se salvan es todavía más hermoso, pues “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman” (1 Co 2, 9).
——————————

1 SAN AGUSTÍN. Enarratio in Psalmum CXLVIII, n.o 15. In: Obras. Madrid: BAC, 1967, v. XXII, p. 894.

21Mar/21

EL LARGO RETRASO PERMITIDO POR DIOS

EL LARGO RETRASO PERMITIDO POR DIOS

Plinio Corrrea de Oliveira (Extraído de la conferencia del 17/08/1988)

Aunque la Iglesia Católica nunca morirá, a veces, parece que fue colocada en un sepulcro. Sin embargo, así como Nuestra Señora estaba segura de que Nuestro Señor Jesucristo resucitaría, así nosotros debemos estar convencidos que la Iglesia resurgirá milagrosamente de esa especie de muerte aparente, y creer en la realización de las profecías, en la victoria y en el Reino de María.
Llegando al auge de la Edad Media, por la idea de que se establecía la Civilización Cristiana, que la Iglesia llegaba a una plenitud, se intensificó entre los medievales la devoción a Cristo Resucitado, y el número de Iglesias consagradas a esa invocación aumentó considerablemente, lo que es muy bonito.

La Iglesia está en una aparente muerte

Yo no vi tratar ese tema en libros de piedad, pero un aspecto en el que se debería poner más atención es la devoción de Nuestra Señora durante los tres días en que Jesús estuvo en el sepulcro. Porque existe una analogía entre la situación de la Iglesia hoy en día y Nuestro Señor en el sepulcro.

La Iglesia Católica no está muerta, pero la apariencia es que ha sido puesta en una sepultura. Ella no va a resucitar porque no murió, pero de esa especie de muerte aparente ella saldrá milagrosamente. Entonces, nosotros estamos en esos tres días – número históricamente real, pero de valor simbólico – de Nuestro Señor en el sepulcro.

Para la Santísima Virgen era tremendo por las añoranzas que sentía de Él. Análogamente, son nuestras añoranzas de la Iglesia, cómo fue y, sobre todo, cómo no la alcanzamos a conocer. Esas añoranzas deben sernos duras en este período.

Así como Nuestra Señora estaba segura de que Nuestro Señor Jesucristo resucitaría, también nosotros debemos estar convencidos de que la Iglesia no murió, y pasar por esta prueba: creer en el cumplimiento de las profecías hechas en Fátima, en la victoria y en el Reino de María.

Nuestra Señora adoraba el cadáver de su Divino Hijo en unión hipostática inmutable con la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, pero, sin embargo, estaba muerto. Entre tanto, el auge de la devoción de Ella era adorarlo ya resucitado.

También nosotros debemos amar la Santa Iglesia en esa aparente muerte en que está, pero teniendo seguridad que “resucitará”, amarla desde ya como Ella será en el futuro; nos deben alimentar ideas, esperanzas, percepciones del Reino de María y prepararnos para el día de la resurrección.

Quise hacer esta reflexión por ocasión de la Cuaresma y de la Semana Santa.

Uno de los elementos de la decadencia del hombre

Es una cosa curiosa, pero el triunfo deteriora a quien no conserva en su boca o en su memoria la amargura de las pasadas derrotas. Esto es sistemáticamente así. Uno de los elementos de decadencia del hombre es cuando piensa que eso es bueno – y, hasta excelente, a veces – que tiene es enteramente normal, y todos sus inferiores son unos infelices, porque no tienen sino lo que la vida debe dar. Cuando el individuo forma esa noción de la existencia, comienza a deteriorarse.

El punto de referencia es otro. Se debe pensar que lo común en este valle de lágrimas es el estado de mendigo, y cualquier cosa que esté por encima de la indigencia ya representa una cierta ventaja. De tal manera que, cuando en la indigencia le dan un pan, debe dar gracias a Dios. Y si llega a tener un poquito más que la miseria, puede desear más, pero nunca maldecir aquel poco, jamás dejar de reconocer que ese poco es alguna cosa que debe alegrarlo.

A veces, aquellos hijos cuyos padres son muy importantes, o muy nobles, o muy sabios, o muy cualquier cosa, por haber nacido en esa situación, consideran un absurdo no tener determinados privilegios, y mucho más todavía. Entonces comienzan a debilitarse, a deteriorarse y a podrirse.

También nosotros, para no podrir el Reino de María, tenemos que conservar el recuerdo de los torrentes en que bebimos por el camino. Para que cuando levantemos la cabeza comprendamos el favor que Dios nos está haciendo e, incluso en el auge de nuestra gloria, no encontrar eso tan normal. De lo contrario, al cabo de unos cinco años, estamos tan débiles que si fuera necesario volver atrás ya no tendríamos coraje. Es el efecto del pecado original. Así es la vida.

Leí en las memorias de una institutriz de las hijas de Nicolas II que cuando el Zar iba a París, en viaje oficial, llevaba a toda la familia. Mientras él y la Zarina estaban participando en las recepciones oficiales, las niñas llevaban una vida aparte. E iban a las tiendas de juguetes, que avisadas anticipadamente de la visita de las gran-duquesas exhibían los juguetes más caros y ponían los mejores vendedores a disposición para atender a las niñas.

Ellas ni preguntaban el precio pues, no les importaba. Ellas simplemente decían: “Yo quiero esto, aquello y también esto otro…” Nicolás II, a su vez, recibía la cuenta y pagaba, sin preguntar. Ahora, eso deteriora un niño a más no poder.

Según las costumbres antiguas, el primogénito heredaba todo el patrimonio de la familia y quedaba con la obligación de administrarlo. Los otros hijos, o se lanzaban a la aventura, o quedaban en cero. Estos, sin embargo, no consideraban eso una infelicidad. Al contrario, juzgaban una desventura el destino del primogénito que continuaba amarrado a su castillito, sin poder vivir la aventura que ellos tenían por delante.

D’Artagnan fue eso. Según la leyenda, el murió en el momento de recibir el bastón de Mariscal deFrancia. Y moría con la idea de haber realizado una cosa fabulosa. Pero él tuvo que luchar duro…

Nosotros tuvimos en Brasil un sistema parecido. Los descendientes que no pertenecían al ramo primogénito recibían tierras enormes para colonizar, y pasaban los mejores años de la vida, desde el día del día del matrimonio hasta más o menos los 45 años, trabajando duro, sembrando, se enfrentando a bandidos, porque era “FarWest”. Cuando la hacienda estaba organizada, ellos volvían para la capital y pasaban a ir periódicamente para administrar la propiedad. Para eso construían casas en la hacienda donde pasaban temporadas. Era una lucha conseguir alguna cosa. Eso es muy formativo.

En el largo retraso que soportamos, debemos vivir con ascesis

Ejemplos como estos sirven para entender las humillaciones y tantos otros sufrimientos que ahora pasamos, y así cuando llegue el Reino de María no corrompernos en la gloria, sino que demos el debido valor al hecho de haber subido con sacrificio, reconocer cuánto debemos a Nuestra Señora por eso, y conservar la siguiente idea retrospectiva: Si yo fuera capaz de volver al inicio y beber del torrente de nuevo, porque así Nuestra Señora lo querría de mí, no me he corrompido. Pero si no fuera capaz, puedo estar seguro de que estoy putrefacto, abusé del don de Dios.

Tengo la impresión de que este largo retraso que soportamos es permitido por la Providencia para prepararnos para una inmensa gloria, dentro de la cual debemos vivir con ascesis. Alguien podría objetarme: “Pero yo no quiero eso, porque si hasta en esa hora hay que vivir con ascesis, entonces esto no es vida”. Yo digo, “Amigo mío, Ud. se pudrió antes de subir. Mientras estaba abajo, Ud. alimentó sueños pútridos e imaginó una vida sin la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo”.

Hay una idea, en la que muchos de nosotros hemos sido educados, que se debe evitar el mirar hasta el fondo las contrariedades que trae la vida, considerándolas superficialmente para así no sentirlas. Y para esto, rodearse de las mayores delicias y diversiones que sea posible, para que cubran, en la medida de lo posible, los aspectos dolorosos que uno no debe ver.

Ahora, esta es una impostación equivocada. Hay que ver enteramente cualquier cosa dolorosa que la vida traiga. Porque así es en la vida de todos y no sirve de nada huir de la verdad. No hay nadie que no tenga sufrimientos muy fuertes en la vida, incluso entre fulgores muy atractivos y agradables. Sin embargo, la existencia revela grandes sufrimientos que debemos ver de frente, hasta dónde llegan y hasta dónde puedan ir, preparando el alma para aguantarlos.

Esta postura da al alma una especie de sacralidad, de nobleza, de fuerza para reconocer que, aunque la vida sea así, es digna de ser vivida. No porque arroje un saldo positivo, sino porque el alma crece mucho cuando asume así el dolor, de frente, como Nuestro Señor Jesucristo tomó el suyo en el Huerto de los Olivos.

Cuando la cruz se nos presenta, debemos abrir enteramente los ojos y los brazos

Mi devoción a Nuestro Señor en el Huerto de los Olivos es aún más profunda que la propia crucifixión. No porque ignore que el apogeo de la Pasión es la crucifixión, sino porque esta meditación puramente espiritual del dolor, incluso antes de que llegue, su previsión y esa impostación de espíritu para recibir ese dolor, visto hasta el fondo, me parece fundamental en el alma católica.

De hecho, es sorprendente, pero esto es lo que hace interesante algún alma que tratamos. Cuando un alma trata de no ver el dolor, no es interesante. Al contrario, cuando ve el dolor hasta el fondo se asemeja a un instrumento musical afinado, con las cuerdas en orden. Esto le da una resonancia, una vida, a todo lo que ella diga,porque está sintonizada en orden al dolor.

Oración en el Jardín – Museo Diocesano, Barbastro, España

Es, de hecho, la Cruz de Nuestro Señor. Porque la palabra “dolor” sin la Cruz da paso a todo tipo de desequilibrio posible. La vida humana es inexplicable e insoportable sin Nuestro Señor Jesucristo. Por eso que San Pablo decía que sólo sabía predicar a Jesucristo, y a Jesucristo crucificado (cf. 1 Co 2, 2).  

Hay místicos que vieron a Nuestro Señor recibir la Cruz y besarla. O sea, expresar afecto por ella. Creo que es absolutamente una cosa de primera categoría. Ahora, ¿qué significa para nosotros el afecto por una cruz inmaterial? ¡Es aceptarla con lealtad, abriendo los ojos y los brazos enteramente!

Por ejemplo, la cruz al ser despreciado. Es mejor bajar por el valle de ese desprecio hasta el final. No exagerar, imaginándolo más grande de lo que es, sino entreverlo en su tamaño real. “¡Muy bien, yo lo acepto! Me siento en el banquillo de los despreciados como si fuera un trono, y allí me quedo. Así sucedió, ¡vamos para adelante!

Si conociéramos las aflicciones que evitamos para nuestra alma cuando procedemos así… Porque la realidad es la siguiente: el sujeto no acepta y comienza a tomar como absurdo todo y cualquier dolor que le llegue. Ahí no hay manera de evitar la enorme ansiedad para que eso no suceda. Y en la ansiedad la persona sufre mucho más que en la aceptación franca y leal. Esta última produce una calma, una estabilidad, una fuerza que realmente corresponde a los designios de Dios, a una humilde aceptación de lo que Nuestro Señor quiere para nosotros.

Sufrir en unión con Nuestro Señor Jesucristo

Por lo tanto, hay dos actitudes que integran la virtud de la templanza. Una es entender que la vida es un valle de lágrimas, y saber saborear como un regalo de Dios cualquier pequeña alegría enviada por Él para aliviarnos. El auge de la alegría no está en su tamaño, sino en su calidad. Por lo tanto, saber deleitarse de las pequeñas alegrías de la vida, y no imaginarlas mayores de lo que son en realidad, entendiendo que son transitorias, y saber verlas hasta el final, es un elemento indispensable para que la persona no se deteriore, no se pudra. Porque si no se hace eso, la persona imagina que lo normal es llevar una vida en la que todo vaya de acuerdo con sus deseos, y lo que no sea eso resulta una desgracia. Este último es mucho más infeliz que el primero.

Otro elemento de la templanza es entender que lo normal de esta vida es sufrir, y mucho, y que se debe sufrir en unión con Nuestro Señor Jesucristo, considerando el sufrimiento en su aspecto sobrenatural, sin el cual nada tiene sentido. Así que, viniendo algún contratiempo sobre nosotros, hay que mirarlo con entereza, de frente, medir integralmente el sufrimiento que trae y decir: “Yo soporto, acepto y sigo hacia adelante”.

Es el ejemplo que Nuestro Señor nos dio en su Pasión. En la Agonía del Huerto previó todo. No se hizo de incauto. Todo lo que sufriría en su cuerpo le fue revelado a su naturaleza humana. Además, todos los dolores del alma, la ingratitud, etc. De hecho, con los apóstoles ganó experiencia. Vio todo esto y no cerró los ojos. Sufrió hasta el final con la perspectiva de lo que se aproximaba. Sintió que su voluntad perfectísima no aguantaría y pidió que se le apartara ese sufrimiento. Pero vean el equilibrio perfecto: “Si es posible, apártalo. Si no es posible, hágase tu voluntad y no la mía” (cf. Mt 26, 39).

Aplicando eso para nosotros, debemos tener el valor de ver nuestra situación tal como es, enteramente y lo irremediable que pueda ser. Porque si el único “remedio” fuera apostatar, este “remedio” no lo contemplamos de ninguna forma, porque en el momento en que uno de nosotros considere esa hipótesis, comenzó a calcular el valor de las treinta monedas… Esta no es una hipótesis válida. Luego es necesario aguantar así esa situación, no hay otra salida.

Es absolutamente indispensable ver la realidad de frente

Soportando el sufrimiento con esta fuerza, la persona llega con calma hasta el final, con paz, con dignidad. Y en esto vivió su vida. Entonces son estos los dos aspectos de la templanza: saber apreciar las cosas que Dios manda, y amar la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, como es destinada a todos los hombres.

A veces encontramos personas realmente felices, pero que no quieren pensar en la posibilidad de una desgracia. ¡En algún momento, reciben un susto! Porque de repente, la desgracia revienta a sus pies.

Imaginemos a un hijo que ama con cariño a sus padres. De repente, se da cuenta de que sus padres por los que se sacrifica, y que lo consideran muy bueno, de hecho, no lo aman como él los ama. Y esto se expresa, por ejemplo, por su actitud hacia otro hijo que no es bueno, para el que tienen una predilección tonta, aunque este hijo despilfarre su dinero y haga desastres. Y eso sólo porque es el hijo más parecido a ellos, es más apuesto, cualquier cosa del género…

Sin embargo, el primero sigue siendo un buen hijo, no cae en el desánimo, ni queda amargado, pero apunta: “Mis padres son así”. Por lo tanto, no se trata de pensar lo siguiente: “Voy a revisar mi procedimiento. ¿Valdrá la pena seguir dándoles esa dedicación o no vale la pena? Puedo disminuirla, porque sería un imbécil si los trato como padres perfectos porque no lo son”. Al contrario: “Son mis padres y, como tales, tienen derecho a mi dedicación”. Sin embargo, esta situación puede crear diferentes grados de tribulación. ¡Hay que verlo de frente!

En una ocasión, vi un ejemplo doloroso de esto. Era una historia sobre una familia muy noble de Francia. La fotografía mostraba al padre y a la madre todavía jóvenes, muy bien parecidos y ya rodeados de una camada de niños, todos muy sanos, permanentemente alegres, dando idea de la propia felicidad de la pareja. Se veía esa alegría despreocupada y optimista, en la que se encontraba una pequeña mancha en materia de religión, porque si es verdad que todos tomaron clases de catecismo, hicieron la Primera Comunión -en aquella ocasión estuvieron elegantes e incluso piadosos-, sin embargo, no les fue enseñado lo que estoy diciendo aquí.

Pensé: “¡O toda mi forma de ver la religión y la vida está mal, o esta familia tendrá un problema de otro mundo!” Como resultado, era un tropel de delincuentes. El marido, publicó en la misma revista, en la que se publicó el mencionado reportaje, que durante mucho tiempo no tenía temas para tratar con su esposa, incluso en los momentos auge de su matrimonio, porque ella era completamente vacía y no tenía nada que decirle. ¿Podemos imaginar lo que significa para una mujer, que tuvo la ilusión de ser amada por su marido, leer esto y darse cuenta de que de que no solo ya no gustaba, sino que nunca gustó de ella? Bueno, ver de frente esto es absolutamente indispensable y es parte de los tales elementos de la templanza que uno debe tener.

Conozco a una persona que en su temprana adolescencia me comunicó este pensamiento: “Sé que fui llamado a servir a Nuestra Señora. Pero no me importa si Dios me llamó para eso. ¿Por qué me escogió, cuando pudo haber elegido a otro para padecer ese mundo de sufrimientos inherentes a la vocación, y a mí dejarme tranquilo con mi vida?”

De hecho, sufrió mucho por lo que tenía que hacer e hizo, y por lo que no debía hacer, pero también hizo. Actualmente es muy buen hijo de Nuestra Señora. Pero quería analizar ese estado de ánimo que en un momento fue suyo.

Este joven debe haber recibido muchas y buenas gracias en el período de su infancia y adolescencia. Sin embargo, al mismo tiempo saboreando intensamente, sin vínculo con estas gracias, escenarios materiales propios para hacerle llevar una vida feliz. Esto redujo su horizonte, de tal modo que, en lugar de considerar el formidable panorama de los que son llamados por Dios a un ideal alto, se regocijaba con el pequeño horizonte, con el edificio de techo bajo, de la pequeña vida que tenía ante sí, que probablemente se le presentó como una existencia ideal.

La alegría de los grandes horizontes
Castillo de Combourg y estatua de Chateaubriand - Francia
Castillo de Combourg y estatua de Chateaubriand – Francia

Bueno, es una cosa curiosa, aunque sea en medio de congojas existe la alegría en los grandes horizontes. Que trae, sin embargo, un bienestar y una satisfacción que el horizonte estrecho, el edificio de techo bajo nunca da.

Text Box: Castillo de Combourg y estatua de Chateaubriand - FranciaChateaubriand1 hace una magnífica descripción de una noche en el castillo de Combourg. Tenía una hermana llamada Lucille, a quien amaba mucho. Presenta a su madre, la señora Chateaubriand, como una muy buena persona, pero con una mala salud que debía cuidar. Y el padre, una especie de león en la jaula, una fiera. Después describe una tarde en la residencia familiar, un castillo gótico con un techo muy alto, grandes salas donde ponían una mesa para cenar. Comían en silencio porque su padre estaba continuamente pensando en otras cosas y producía miedo. La madre también tenía miedo del padre y se quedaba quieta; suspiraba a veces dulcemente, y continuaba cenando.

Después de la comida, comenzaba el “entretenimiento” familiar. Se levantaban e iban a un enorme salón al lado del comedor, donde por falta de dinero sólo había una luz encendida cerca de la madre. Ella se sentaba en una silla más cómoda, mientras el padre caminaba, de modo que cuando se acercaba o se alejaba, su sombra en la pared crecía o disminuía. Así, se oían en el suelo de piedra, los pasos del viejo vizconde en un caminar preocupado. De vez en cuando, se detenía frente a los niños, que en una esquina susurraban, los miraba fijamente y les preguntaba: “¿De qué están hablando?” Un poco como alguien que quiere entretener la conversación, pero él no entendía que, con eso, paralizaba a los niños… En este ambiente, el techo alto aumentaba la melancolía y la desolación. Se entiende que esto le pareciera a Chateaubriand inmensamente triste e incluso soturno.

Cuando llegaba el momento de acostarse, el joven Chateaubriand iba a dormir solo en una torre. Se metía en una cama con esos clásicos cortinados, mientras los vientos del mar soplaban sobre la torre, aullando, silbando, y el Chevalier de Chateaubriand aterrorizado dentro de las cobijas, hasta que llegara el sueño. Tengo la impresión de que, por la mañana, se levantaba despreocupado, y hasta bajaba al mar para jugar con los niños de la zona y era ya otra cosa.

Cuando un alma tiene una parte vuelta para la pequeña vida y otra para los grandes ideales, estos juegan un poco el papel del techo alto del Castillo de Combourg. Al individuo le gustaría escapar hacia algo más acomodado, más recto, más arreglado, para tener, después de todo, la alegría de ser pequeño.

Por lo tanto, puede haber dos maneras de considerar la llamada de Dios: una es al estilo de la torre que aúlla y todas esas cosas; otra es el alma grande de un cruzado, de un hombre que aceptó la cruz y tiene en ella una consonancia con el Divino Crucificado.

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1) Francois-René Auguste de Chateaubriand. Escritor, ensayista, diplomático y político francés (*1768 – †1848).

25Feb/21

NUESTRA SEÑORA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO

NUESTRA SEÑORA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO

P. Rafael Ibarguren, Heraldo del Evangelio – Consiliario de Honor de la FMOEI
Mensaje del Consiliario de Honor de la Federación Mundial de las Obras Eucarísticas de la Iglesia.

Fue San Pedro Julián Eymard, Fundador de la Congregación del Santísimo Sacramento en 1856, que llevó a la máxima exaltación hasta entonces, la devoción a la Eucaristía con la exposición perpetua y solemne; esa fue la originalidad de su fundación. Su celo lo llevó a ambicionar y a trabajar con empeño para que la adoración perpetua se estableciese en el Cenáculo, en el propio lugar en que Nuestro Señor instituyó el Divino Sacramento. Pero, a pesar de sus esfuerzos para lograr ese objetivo tan simbólico y genial, no pudo concretizarlo.

Como no podía dejar de ser, el santo era un gran devoto de María Santísima; Ella le inspiró la idea y le animó a realizar su providencial Congregación. Escribió una breve meditación mariano-eucarística destinada a sus hijos espirituales que interesará a los fieles amantes de la Eucaristía:

Nuestra Señora del Santísimo Sacramento es el nombre nuevo de algo muy antiguo. Se veneran con razón todos los misterios de la vida de la Madre de Dios. Las almas contemplativas han encontrado en la vida de María en Nazaret un ejemplo, como los corazones desolados una consolación en la Virgen Dolorosa.

Hay en todas las acciones de los Santísima Virgen, una gracia que nos lleva suavemente a honrarlas y a imitarlas, cada uno siguiendo su propia vocación. Pero, no olvidemos que María vivió más de quince años después de la Ascensión de su Divino Hijo ¿En qué fueron ocupados esos largos días de exilio, y qué gracia encierra esta importante parte de la vida de nuestra Madre? El libro de los Hechos (2, 42) lo indica muy claramente. Está dicho ahí que los primeros cristianos vivían en la paz, la unión, la caridad ardiente; perseverando en la fracción del pan.

Vivir de la Eucaristía y para la Eucaristía, reunirse en torno del tabernáculo para cantar himnos y cánticos espirituales; he ahí el carácter distintivo de la Iglesia primitiva. El Espíritu Santo lo ha consignado en la sublime historia eclesiástica redactada por San Lucas: tal fue también el resumen de los últimos años de la Santísima Virgen María, que reencontraba, en la adorable Hostia el fruto bendito de sus entrañas, y en la vida de unión con Nuestro Señor en el Tabernáculo, los dichosos tiempos de Belén y de Nazaret. ¡Oh sí! Es María, sobre todo, que perseveraba en la Fracción del Pan.

Almas eucarísticas, que queréis vivir para el Santísimo Sacramento; que habéis hecho de la Eucaristía el centro de vuestras vidas, y de su servicio, vuestro único trabajo, María es vuestro modelo; su vida, vuestra gracia: perseverad como Ella en la fracción del Pan.”

Efectivamente, al considerar la vida de la Virgen, se suele tener en cuenta su presencia en Belén, en Nazaret o en el Calvario, pero se deja de lado el tiempo en que, ya sin la presencia física de Jesús como la tuvo hasta la Ascensión, Ella continuó en Su compañía a través de las Especies consagradas que palpitaban en su pecho sin interrupción, y que se renovaban cada vez que volvía a comulgar.Un piadoso autor antiguo, Bernardino de París, afirma que Jesús, al instituir el Sacramento, tuvo en vista principalmente a su Madre, a fin de que la más excelsa de sus obras fuese recibida por la más noble y santa de sus creaturas.

María Santísima fue la única que mantuvo la Fe íntegra, cuando Jesús estuvo en el sepulcro. Después de la Resurrección, animó a los discípulos, los mantuvo unidos y expectantes y propició la venida del Espíritu Santo; instruyó a los apóstoles con su testimonio, sus consejos y los relatos de la vida de su Divino Hijo ¿Quién sino Ella pudo narrar a San Lucas los episodios de la infancia de Jesús que están estampados en su Evangelio? ¿Y qué confidencias no recibió de Ella San Juan, entregada a sus cuidados por Jesús desde la Cruz? Con razón María es Madre de la Iglesia, porque desde sus comienzos, Ella estuvo dándole ejemplo, fuerza e instrucción ¡misión que continúa desde el Cielo!

Sí, y a lo largo de la historia, la Iglesia ha ido creciendo en santidad, siendo que los pecados de sus miembros no llegan a desfigurarla en su substancia. Cristo “se entregó a Sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para presentársela gloriosa, sin mancha, ni arruga, ni nada semejante, sino santa e inmaculada” (Ef 5, 25-27). Por la fuerza de la Eucaristía y bajo em manto de María, no se piense que la Iglesia “sobrevive” en las diversas crisis por las que pueda atravesar ¡Ella se renueva y progresa en permanencia!

El desarrollo del culto al Santísimo Sacramento es un aspecto de ese crecimiento continuo. Si es verdad que últimamente se han cerrado tantas iglesias -y algunas hasta han sido profanadas- no es menos cierto que el fervor y la sed eucarística se potenció, aquí y allá. Por ejemplo, en las iglesias y capillas de la Sociedad de Vida Apostólica Virgo Flos Carmeli -a la que pertenece quien escribe estas reflexiones- y siempre con el cuidado de las debidas normas prudenciales, la adoración al Santísimo y la celebración de Misas, orando por las necesidades de la Iglesia y del mundo, se vienen sucediendo sin interrupción desde hace años. Más recientemente, las intenciones de la adoración y de las Misas se centran especialmente en los enfermos, en los difuntos y en sus familias.

Esta realidad fulgurante no brilla a los ojos paganizados del mundo, pero sí ante el trono del Altísimo ¡Cuántos beneficios compran y cuántas desdichas evitan! Sí, la oración a los pies del Señor Sacramentado conquista señaladas gracias.

Las muchas horas que San Pedro Julián pasó junto al Santísimo -en el altar, ante el sagrario o durante la exposición- ya le merecieron la visión sin velos en el Cielo del Dios que adoró oculto en la Eucaristía, y de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, su Santa Madre. Porque disfrutar para siempre junto a Dios y a la Virgen es el maravilloso destino eterno de los adoradores de todos los tiempos.

Mairiporá, 1 de febrero de 2021.

https://www.opera-eucharistica.org/espa%C3%B1ol/espiritualidad/mensaje-del-consiliario-de-honor/

15Feb/21

Lourdes y Fátima, Dos Grandes Apariciones Marcadas Por El Misterio De Sus Secretos.

Lourdes y Fátima, Dos Grandes Apariciones Marcadas Por El Misterio De Sus Secretos.

P. Fernando Gioia, EP

8,000,000 de peregrinos llegan –en tiempos normales sin pandemia– a la Gruta de Massabielle, a orillas del río Gave, en Lourdes, región de los Pirineos de Francia. Llevan sus enfermedades viajando de los lugares más recónditos, arriban donde, la “Señora vestida de blanco”, se apareciera en 18 oportunidades a la rústica campesina de 14 años Bernardette Soubirous. Todo comenzó el 11 de febrero de 1858.

Maravillosa fuerza de atracción testimoniada por asombrosos milagros. A fin de eliminar dudas y demostrar la insondable compasión de María Santísima, la Iglesia instituyó un comité médico que analiza los enfermos antes de ser bañados en el agua de la fuente curativa. Se han registrado más de seis mil curaciones inexplicables para la medicina; si bien que consideran 64 los milagros reales indiscutibles.

En aquellos tiempos, un impío famoso escritor francés fue de incógnita, con la intención de recoger informaciones para un libro contra los prodigios de Lourdes. Viendo la fe fortalecida y la esperanza, que no se quebraba, al volver a París dijo para sus íntimos: “Yo hui, porque el milagro me aplastaba”.

Elevado comentario hacía el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira por la década del sesenta: “Lourdes concede al enfermo una tal conformidad con el padecimiento que no se tiene noticia de que alguien, allí estando y no siendo curado, tomase una actitud de rebeldía. Por el contrario, las personas retornan a sus lugares inmensamente resignadas, satisfechas por haber podido hacer su visita a la célebre gruta de los milagros, y contemplar la bondad de María para con los otros infortunados que no con ellas”.

Lourdes ocupa un puesto de grandeza entre las apariciones de los últimos dos siglos junto a Fátima. Ambas tienen una profunda vinculación, hacen presentir el prometido Reino del Inmaculado Corazón de María. En Fátima, la Virgen advierte al mundo sobre la alarmante decadencia moral por la que estaba entrando. En Lourdes, vemos la expresión de gracias mariales, a través de conversiones y de curas portentosas, tal que se la considera como sinónimo de milagros.

No dejan de tener un dejo de misterio sobre “secretos” comunicados. En Fátima tres secretos al momento conocidos. En Lourdes, la vidente recibió “tres secretos”, además del pedido de sufrir por “un gran pecador”, que no identifica.

Transcurría el siglo XIX, un mundo nuevo de la técnica, del dinero y de los inventos, influenciaban el vivir de los hombres, quimeras que colocaban al margen las enseñanzas evangélicas.

Bien afirmaba el Dr. Plinio: “Lourdes es una de las más extraordinarias manifestaciones de lucha de Nuestra Señora contra el demonio, pues esa aparición se dio en el auge de las persecuciones y desprecios movidos por el anticlericalismo del siglo XIX para debilitar la Iglesia”.

Era el pontificado del Beato Pío IX que, para contrarrestar esta onda de soberbio ateísmo que avanzaba sobre los corazones, proclamó el Dogma de la Inmaculada Concepción en 1854. Especial inspiración confirmada desde el Cielo por las apariciones de Lourdes, cuando Bernardette entrevé a una Señora “vestida de blanco, un velo también blanco, un cinto azul y una rosa amarilla en cada pie”.

Si nos volvemos a aquellos momentos, y recorremos las apariciones en singular Gruta, encontraremos, pocas palabras –al menos las conocidas– que la Santísima Virgen trasmite, y los difíciles momentos por los que pasa esta simple campesina. Fuertes oposiciones intentaron acabar con esta singular “aventura”.

Hasta la tercera aparición la imagen será muda; momentos de oración –la única que sabía Bernardette era el rosario– y de contemplación silenciosa. Comenzará a comunicarse con Bernardette, no en francés sino en el dialecto local, el patois. Pide oraciones y sacrificios por los pecadores, manda excavar con sus manos la fuente, “pide a los padres que construyan una capilla. Quiero que todos vengan en procesión”. En las diversas apariciones fue la Santísima Virgen diciendo: “Quiero que venga aquí mucha gente”, “¡pide a Dios por los pecadores!, ¡penitencia, penitencia, penitencia!

Los asistentes no veían a la “Señora”, pero sentían Su presencia y se conmovían con los éxtasis de la vidente. La afluencia del público aumentaba, el comisario prohibió ir a la Gruta. Eran tiempos de presión del ateísmo sobre la religiosidad popular.

Las gentes piden pruebas, como siempre. La Señora le indica dónde cavar con su mano, hacer un hueco, del cual surgió una fuente. Bernadette bebió, se mojó también la cara, quedando con lodo. Todos se burlaron diciendo que se había vuelto loca. ¡Oh misteriosos designios de Dios! El entusiasmo sensible decae, los espectadores se desencantan. Era un 25 de febrero.

Surgía allí el manantial de los milagros más conocido por la humanidad, símbolo de las inagotables gracias concedidas a todos los que allí van en peregrinación. El agua, analizada por destacados químicos, es: virgen, muy pura, natural, sin propiedad térmica, ninguna bacteria sobrevive a ella. Demostrado está: uno tras otro, enfermos de todo tipo, se bañan en las piscinas de Lourdes y no se contagian de nada.

Tres semanas después, un 4 de marzo, la mensajera, “anónima”, ante la insistencia de Bernardette y el requerimiento del párroco, reveló quién era: “Yo soy la Inmaculada Concepción”, raro título para los hombres y mujeres del momento.

Pero el “misterio” de Lourdes queda centrado en las apariciones del 23, 24 y 25 de febrero, en que “la Señora de blanco” le comunica tres secretos. El 23 uno que solo a ella le concierne y que no puede revelar a nadie, y una oración que le hacía repetir, pero que no quiso que la diera a conocer. El 24 le reveló un secreto personal y después desapareció. El 25 le dijo: “Hija mía, quiero confiarte solamente a ti el último secreto; igualmente que los otros dos no los revelarás a ninguna persona de este mundo”.

La última aparición, el 16 de julio, ocurrió discretamente. Fue a distancia, separadas por las aguas del río Gave y las gentes que no dejaba el comisario aproximar a la gruta.

En ciertos momentos, de su dolorosa agonía, se le oyó decir que lo ofrecía en reparación por el “gran pecador”. La hermana asistente le preguntó y le respondió colocando el dedo en la boca en señal de silencio.

Con los años su persona decreció, la gruta, con su fuente y sus milagros, pasaron a primer plano. Bernardette en 1866 sale de Lourdes. Había cumplido su misión. Cumplió, con gran entrega, todos los sufrimientos y obstáculos puestos por el demonio durante esta etapa. Entra en la vida religiosa, “nunca me imaginé que sufriría así”, decía, en las terribles probaciones que padeciera; nada la hizo sufrir más que algunas monjas de su comunidad. Exhumado su cuerpo en 1933 permanecía incorrupto. Se convencieron que fuera “una víctima expiatoria de sus tres secretos y del “Gran Pecador”, que nunca reveló a nadie, según el decir del historiador Pierre Claudel en su libro “El misterio de Lourdes”.