EL HOMBRE-HORMIGA

Plinio Correa de Oliveira
Transcrito de La Folha de São Paulo, Brasil, 7/11/1981

El homúnculo lucha contra todas las formas de lucha. Libra una batalla cediendo, huyendo, capitulando, dejándose aplastar. A esta familia de almas pertenecen los incondicionales del ecumenismo.

Temiendo las disputas entre religiones, quieren fusionarlas todas en una sola pan-religión. Cuanta más igualdad mejor, para allá van sus anhelos pacifistas, rumbo al comunismo o al anarquismo.

Dr. Plinio en 1981
Dr. Plinio en 1981

Conozco el caso de un antiguo hacendado de São Paulo, señor de grandes cafetales y una espaciosa mansión: cuadrilátero de dos pisos, puerta al centro y ventanas de guillotina iguales, a lo largo de toda la fachada. Al exterior ningún adorno. El granjero, según el estilo tradicional, también era abogado y político.

LA RUINA DE UN LABORIOSO TERRATENIENTE

Familia unida, títulos de propiedad seguros, tierra fértil, casa estable, colonos sumisos,

vecinos pacíficos, nada le faltaba para la tranquilidad de este laborioso agricultor. Pero un adversario inesperado atacó, en el núcleo, ese feudo tan sólido. En el núcleo, quiero decir, porque entró repentinamente dentro de la propia casa. Y más sorprendente aún, este adversario vino de abajo hacia arriba.

Hacienda de café em el Valle del Paraíba – Museo Paulista, Brasil

¿Un solo enemigo? Más exactamente miles, tal vez millones. Pequeños, conquistando el terreno milímetro a milímetro, en silencio, inadvertidos, dominando el subsuelo, mientras que encima, en la casa, el hacendado y su familia trabajaban, comían, bebían, dormían y se divertían.

Un buen día, algunos irrumpieron en la despensa. El granjero lo mató y ordenó una investigación. Y se dio cuenta que eran ya muy numerosos, al punto de ser ineficaz cualquier resistencia. Las hormigas – porque eran ellas – habían construido por todo el sótano un laberinto tan grande que sería inútil destruirlo.


Cosecha de café – Museo Paulista, Brasil –  
Fotos José Rosael/Hélio Nobre/Museu Paulista da USP (CC3.0)

Para resumir la historia, el hacendado se mudó, su casa fue abandonada, la plantación de café comenzó a ser invadida. Este granjero, que pensaba que no temía a cualquier potentado, fue arruinado por esta miríada de pequeños adversarios, oscuros y silenciosos.

LOS VASTOS Y OSCUROS SÓTANOS DE LA MEDIOCRIDAD

Me acordé de esto cuando comencé a escribir el presente artículo. Porque el tema sobre el que quería escribir era el triunfo de los homúnculos en la sociedad moderna. Por homúnculos entiendo aquí a los hombres de espíritu pequeño, que encajan, cada uno enteramente, en uno de los mil alvéolos de la vida cotidiana, los que quieren una vida hecha de la banalidad cotidiana, para los cuales el ayer fue incoloro, inodoro e insípido, como es el hoy y como será el mañana. El oxígeno que respiran es la banalidad, y el placer de las cosas está esencialmente en la repetición.

Para homúnculos así, la molestia viene de todo lo que es grande, venerable por su antigüedad o magnífico por el futuro que abre; en definitiva, todo lo que salga de las dimensiones cotidianas: holocausto, valentía, genio, delicadeza, excelencia, desgracias trágicas, y tantas otras cosas. Es necesario acabar con todo esto, con todos los que son así, o que algo de esto reflejan en su espíritu, en sus maneras, en su lenguaje, en su modo de ser o en su conducta.

Los incalculables cambios ocurridos en nuestro siglo, en casi todos los ámbitos de la vida, corresponden a victorias de los homúnculos, pues estos siempre disminuyen algo o alguien. La sociedad humana se va aficionando cada vez más al gusto de las almas-hormiga. La consecuencia de esto es que las almas grandes se sienten, en este mundo minado a su alrededor, como mi granjero. Aquellos que hoy aspiran a cualquier forma de grandeza, principalmente la de la virtud, o se disfraza o sobre ellos se precipitan inmediatamente las hormigas, salidas de los vastos y oscuros sótanos de la mediocridad. Y son expulsados a las regiones de la incomprensión, de la indiferencia y del aislamiento, donde la mediocridad obliga a vivir a aquellos que no encajan en sus padrones.

LOS INCONDICIONALES DEL ECUMENISMO

Veo en este gigantesco fenómeno socio-patológico, en esta insurrección universal de homúnculos contra quienes los superan, una de las causas del entreguismo de Occidente. El homúnculo, el hombre-hormiga, odia sobre todo la lucha. Esta implica grandes esfuerzos, que sólo entusiasman a las grandes almas, que ocasiona el brillo de grandes desgracias. El hombre-hormiga lucha, por lo tanto, contra todas las formas de lucha. Batalla singular que traba cediendo, huyendo – hacia abajo, bien entendido – capitulando, hasta dejándose aplastar, si no hay otra solución.

A esta familia de almas pertenecen los incondicionales del ecumenismo. Temiendo la irrupción de disputas entre religiones, el hombre-hormiga quiere fusionarlas todas en una pan-religión, a propósito, más o menos atea. Para el hombre-hormiga, todas las creencias y descreencias deben confundirse en la misma cloaca del ecumenismo.

Por la misma razón, el hombre-hormiga está dispuesto a dar barato su patria, como lo hace con sus creencias. Al enemigo, prefiere no verlo. Si está obligado a verlo, lo imagina en vías de conversión, “desestabilizado”1, con rostro humano, transformado en pacato y ambiguo socialismo.

Si el enemigo penetra en los sectores políticos del país, él le sonríe y lo nombra ” innovador ” y “en la honda”. Si se infiltra en los medios católicos, lo califica análogamente como “progresista”. Cuando el enemigo crece tanto que se vuelve amenazador, el hombre-hormiga proclama el peligro como irreversible, e intenta, como término medio, una estrategia de “convergencia”, inspirada en el lema “vayan los anillos y queden los dedos”. Y finalmente, si el enemigo, después de tomar los anillos, exige los dedos, el hombre-hormiga susurra “vayan los dedos y quede la vida”.

Pero todas esas concesiones, el hombre-hormiga sólo las hace a la izquierda. Toda su acción silenciosa e inexorable, de infiltración, corrosión, erosión, la hace en la derecha y en el centro, donde suele instalarse. Y ahí entonces no cede, no huye, no converge, él mina.

¿Por qué? Odiando todo lo que es elevado, noble y armónicamente desigual, para el hombre-hormiga, cuanta más igualdad mejor. Hacia una igualdad totalmente rasa, totalmente plana, van sus anhelos pacifistas. Rumbo al comunismo o al anarquismo.

Vivimos en una época de revolución. Es trivial decirlo. Sí, de la revolución de los hombres-hormiga contra todo lo que tenga alguna grandeza…

Nota:

1) Sin los excesos de Stalin.