LOS ODIOS SAPIENCIALES DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA – II

Revista Dr. Plinio en español No 45, enero 2022
Nuestra Señora devota a su divino Hijo el amor más incondicional e irrestricto. Por lo tanto, durante la Pasión, mientras que el poder de las tinieblas obligaba a Jesús a beber el cáliz de todas las humillaciones, su inmunidad pisaba gloriosamente la cabeza del demonio haciéndolo rechinar en humillación mientras triunfaba con odio. En medio de un mar de dolor, la Santísima Virgen tuvo la alegría de decir: “¡Oh infame, mi Hijo te está demostrando en Mí que no eres nada! ¡Mi caminar a su lado es el camino de su gloria! ¡Yo voy hasta el Calvario aplastándote!”

A lo largo de su vida el amor y odio de Nuestra Señora fueron creciendo. En un momento dado, llegó la Pasión de su Divino Hijo. ¡Su encuentro con Nuestro Señor en la Vía Dolorosa es el más patético de la Historia!

ENCUENTROS QUE MARCAN LA VIDA

Un encuentro es siempre un hecho interesante en la vida de todos los hombres. Cuando una persona encuentra a alguien que va a marcar su vida para bien o para mal, ese episodio se reviste de una especie de solemnidad casi protocolar y ceremoniosa. Aunque las apariencias no sean así, y ambos se encuentren en un autobús o en un metro, ese momento tiene una solemnidad especial en el libro de la vida.

Por ejemplo, podemos imaginar a Nuestra Señora con Nuestro Señor camino al Calvario, ¡que encuentro! ¡El más alto de la Historia!

En el día de Navidad se dio el primer e inefable encuentro. Otro fue en el Templo. ¡Qué lágrimas y alegría! Al comenzar la vida pública de Jesús, estuvo viajando continuamente, y ciertamente se encontró con Ella varias veces. Cada vez, el amor entre los dos era mayor. Por lo tanto, cada encuentro implicaba un elemento de sorpresa: “Pero ¡cómo mi Madre está maravillosa!”

Estos encuentros, con los matices que iban tomando, siempre fueron magníficos. Desde el primero en el que Ella lo vio como el Unigénito de Dios, pero Primogénito en relación con toda la humanidad, sobre quien pendían todas las gracias, honras, todo el poder de la primogenitura; hasta el momento en que salió de sus brazos para la vida pública, teniendo la fuerza y la madurez del hombre, pero conservando el frescor de la juventud, y que comenzaría a desplegar sus gracias, sus atracciones, sus perfecciones para el mundo entero.

Última Cena – Museo de San Marcos, Florencia, Italia

NO RETROCEDE EN LAS GRANDES DECISIONES DE LA VIDA

Después de la última despedida, Ella que lo acompaña hasta la puerta de la casa y Él sigue su camino con paso decidido, volviéndose o no hacia atrás para verla; imaginen cómo quieran, porque ahí la lógica no expresa nada, es el sentimiento que habla. Sin embargo, en lo más profundo de mi alma me hubiera gustado más que no se haya vuelto. Nuestro Señor era impecable y perfecto, ni siquiera podía tener una imperfección, y me parece que para nosotros sería mayor ejemplo si Él no se volviera ni siquiera para Ella, porque el hombre no se vuelve atrás en las grandes decisiones que ha tomado en su vida.

La mujer de Lot se convirtió en sal; los judíos que tuvieron nostalgias de las cebollas de Egipto son de la familia de almas de aquellos que retroceden. Sin embargo, un hijo de Nuestra Señora nunca retrocede; ¡siempre avanza! Aunque dejando atrás la intimidad de treinta años con la Santísima Virgen, Jesús sabe que, continuando hacia la realización de los designios de Dios, la encontrará esperándolo. ¡Entonces, para verla, lo mejor es mirar hacia adelante!

ALEGRÍAS Y TRISTEZAS DURANTE LA VIDA PÚBLICA DE NUESTRO SEÑOR

En los encuentros que tuvo durante el primer año de la vida pública de Nuestro Señor, María Santísima veía cómo florecía su apostolado, su atracción, el encanto que irradiaba su Persona, y notaba que reunía a su alrededor discípulos en el esplendor del primer fervor, y los amaba, previendo ya todo el bien que harían en el futuro al mundo entero que irían a evangelizar. Podemos imaginar las alegrías de Ella y de Él.

Ya en el segundo año, una sombra de tristeza se difunde sobre el espíritu de Él. En medio de aquella fuerza, lozanía y varonilidad algo comienza a herir, a sangrar. Son las intrigas que comienzan, las almas que lo rechazan y le hacen sufrir. Las aprensiones por el mañana añaden un lumen de color profundo, el de la preocupación, la tristeza y el dolor a la clara y espléndida luminosidad de la inocencia, añadiendo un lumen al otro.

Ella se da cuenta de que Él ha cambiado y piensa: “¡La Cruz comenzó! En algún lugar del mundo pueden estar ya talando el árbol entre todos bendito, pero causa de dolor, en el que Él será crucificado. Los hombres que lo van a crucificar ya están comenzando a fermentar su cólera. Los rechazos que sufre ya están empezando a acumular el número de sus enemigos. ¡El próximo año, cuando lo vea, estará muy cerca de la Cruz!”

En cierto momento, Ella lo encuentra el Jueves Santo. Sin duda, la primera persona a la que, transubstanciado pan y vino, dará la Comunión será su Santísima Madre. Se puede decir que su intención principal en ese día sería comunicarse con Ella de esta manera.

Ella sabe que la misa es como una anticipación del sacrificio que Él ofrecerá. Ella comulga y, como en el tiempo feliz de la Encarnación, Jesús comienza a habitar en Ella con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, pero ya con todas las perfecciones de su existencia terrenal.

POR ODIO AL MAL ELLA ACEPTA TODOS LOS SUFRIMIENTOS DE SU DIVINO HIJO

Ella se entera de que la Pasión ya comenzó y puede, finalmente, encontrarlo cargando la Cruz en la Vía Dolorosa. Es el amor más incondicional y absoluto, entre madre e hijo, que haya habido en la tierra. Ella es la perfección en el papel de madre que encuentra la perfección en el papel de hijo; más allá de todo lo sobrenatural añade a estas disposiciones dos naturalezas incontaminadas por el pecado original, por lo tanto, perfectísimas.

Consideremos lo patético de este encuentro y lo mucho que sufrió Ella al contemplarlo en ese estado, así como el sufrimiento de Él al verla sufrir así. ¿Qué palabras habrán intercambiado en ese momento? Palabras de amor, es claro; sin embargo, añado sin dudarlo: palabras de odio también. Porque las cosas llegaron a ese estado porque Él quería sufrir aquello por odio al pecado y al demonio, para evitar que muchos hombres se perdieran, y para abrir las puertas del Cielo, aunque muchos no cruzaran su umbral. Por odio al mal, por lo tanto, se dijeron:

Cristo Agonizante – Capilla de la Hermandad de Monte-Sion, Sevilla, España

— ¡Vale la pena, madre mía!

— Sí, Hijo mío, continuemos nuestra obra de destrucción. Destruyamos la destrucción y matemos la muerte. ¡Vale la pena!

Tal vez tuvieron conocimiento, en un instante, de todos los pecados que serían cometidos hasta el fin del mundo, y en ese momento habían odiado todos los pecados. Así también supieron de todos los pecados que iban a evitar a través de ese sacrificio, y amaron todos los actos de virtud practicados como resultado de ese sacrificio; y hayan querido exactamente esto: que el mal salga pisoteado, derrotado, y Dios Nuestro Señor termine glorioso y victorioso.

EN LA PASIÓN NUESTRO SEÑOR MANIFIESTA EL ODIO ETERNO QUE ESTABLECIÓ ENTRE LA VIRGEN Y EL DEMONIO

Podemos imaginar la siguiente escena: El demonio —que estaba excitando el odio de los judíos, promoviendo la indolencia oportunista e infame de Pilato, e infundiendo pánico en todos los discípulos de Nuestro Señor, que huyeron a todas partes— viendo a Jesús en la Vía Dolorosa de repente se da cuenta que Nuestra Señora se acerca. Quisiera ultrajarla, lanzar el populacho contra Ella, para denigrarla con todo el odio que tenía contra Ella. Pero también hubo un acto de odio de Nuestro Señor hacia el diablo:

— Te lo prohíbo. ¡A Ella nada!

Y el demonio, aullando, debió responder con un rechinar de dientes:

— Pero ¿cómo me prohíbes atacar a una vil criatura humana como Ella, cuando permites que te ataque a ti? ¡¿Así que tu amor caprichoso y gratuito por esta criatura va tan lejos como para permitir que hasta mi ultraje te alcance, pero que pase junto a Ella sin tocarla?! ¡¿Yo, el serafín, que brilló ante vuestra presencia y os encanté en el primer momento en que me creaste, estoy en este estado de miseria y degradación y una vez más tengo que inclinar la cabeza ante esta criatura humana elevada encima mí?! Me es dado el poder de ultrajaros y, en poco tiempo, de mataros, pero no se me permite alcanzar a esta criatura infinitamente inferior a vos. ¡¿Por qué, una vez más, colocáis así esta frágil criatura por encima de mí?!

Y según puede imaginar la limitación de nuestras mentes, Dios Nuestro Señor Jesucristo habría actuado de una manera perfecta si a esta invectiva sólo hubiera dado esta respuesta:

— ¡Eternamente!

Significa: “No te doy explicación. ¡Es así, y lo será para siempre!”

La Crucifixión – Iglesia de San Miguel, Valladolid, España

Durante el resto de la Pasión, Nuestra Señora sabía que mientras el demonio obligaba a su Hijo a beber la copa de todas las humillaciones, su inmunidad le aplastaba gloriosamente la cabeza, haciéndolo rechinar de humillación en el momento en que triunfaba su odio. Ella quería esto. Y en medio del mar de dolor al ver lo que le sucedía a su Hijo, la Santísima Virgen tenía la alegría de decir: “¡Oh infame, mi Hijo en Mí te demuestra que no eres nada! ¡Mi camino a su lado es el camino de su gloria! ¡Voy hasta el Calvario aplastándote!”

LA GLORIA Y LA VICTORIA DE DIOS PASAN A TRAVÉS DE NUESTRA SEÑORA

Anna Catarina Emmerich nos cuenta que cuando Nuestro Señor estaba siendo crucificado, el demonio quería derribar de frente la Cruz, para que la Santa Faz de Jesús se reventara en el piso. Pero, no era designio de Dios que la Pasión fuera indecorosa. Humillante sí; dolorosa, sin medida. Sin embargo, en nada ridícula o grotesca. El Rostro Sagrado con rigidez cadavérica, sí. ¡Destrozado blasfemamente, no!

El mismo Redentor podría haberle dicho: “¡No!” Sin embargo, según la narración de Anna Catarina Emmerich, quien dijo “no” fue Nuestra Señora, cuando discernió que esta era la intención del diablo. Por lo tanto, fue por una prohibición a través de Ella que se dio para su mayor humillación. Él es eterna y completamente infeliz, de tal forma que es imposible imaginar un atenuante en su infelicidad, pero se podría decir que sería menos infeliz si la prohibición hubiera venido de Nuestro Señor, y no de aquella creatura ante la cual no se quiso doblegar, ¡y que lo inmovilizó simplemente con una mirada!

Por supuesto, Nuestra Señora notó que la gloria y la victoria de Dios, de la cual era mediadora, pasaban a través de Ella. Y al triunfador de engaño, de niñería, infame, delirante y efímero, en el auge de su victoria, llegó esta pincelada de humillación: “¡Matas al Hombre, pero eres encarcelado por una mirada de la mujer frágil, la nueva Eva!”

Imaginen con qué odio Ella diría ese “¡No!” ¿Podría ser sin odio? ¡¿Qué tendría Ella con relación al diablo, lástima?! ¡Sólo el odio es concebible! Sería blasfemo concebir un sentimiento distinto al odio en este rechazo.

Los tormentos continúan, sus dolores alcanzan su punto máximo, en los estremecimientos de la agonía se opera una como que ruptura interna en Él, una especie de pérdida de contacto entre la divinidad y la humanidad, por la cual su naturaleza humana se siente como abandonada por la divinidad, para que sufriera todo cuanto pudiera sufrir. A tal punto que tuvo esa exclamación que marcó todos los siglos: “¡¿Eli, Eli, lamá sabactâni?!”

— Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste?” (Mt 27, 46). Poco después inclinó la cabeza y murió.

“¡VENGA A LA TIERRA TU ODIO! “

Todo esto sucedió porque Dios quería, pero Él pidió Su consentimiento para que el Hijo fuera ofrecido como víctima. Nuestra Señora consintió, para que su Hijo matara la muerte y el pecado, y la obra de satanás quedara aplastada.

Tengo la impresión de que el tiempo que corrió entre ese grito y el “consummatum est” (Jn 19, 30), Ella repitió, tal vez ininterrumpidamente, este acto de ofrecimiento: “Dios mío y Señor mío, quiero que así sea. ¡Renuevo mi ofrenda, pero no quiero desfallecer en el camino! ¡Voy a Su muerte, yo lo ofrezco!”

Y cuando Él dijo “consummatum est”, Ella habrá visto su alma, como describe Anna Catherine Emmerich, pasando a lo largo de la Cruz y por la tierra hasta el Limbo y comenzar inmediatamente la destrucción efectiva del demonio. Entra en el Limbo para alegría de todos los justos. ¡Hubo la victoria y comenzó la liberación!

Nuestra Señora es Corredentora del género humano. Sus dolores, inapreciablemente valiosos, se sumaron a los sufrimientos infinitamente preciosos de Nuestro Señor Jesucristo para tener como resultado la Redención de la humanidad. Está hecha la redención, también la vida de Ella está hecha y nos acompaña desde el Cielo. Su odio está a punto de desatarse sobre el mundo pecador e impenitente. Esperemos y pidamos. Podríamos decir: “¡Venga a la Tierra tu odio!”

(Extraído de la conferencia del 5/7/1980)