LOS OIDOS SAPIENCIALES DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA -I

Revista Dr. Plinio en español No44, diciembre 2021

María Santísima es toda cristalina, hecha de dulzura y pureza, se diría que es un alma incapaz de odiar. Sin embargo, por el propio amor incondicional que Ella tiene a Dios, es imposible que no odie aquello que sea contrario a Él.

Nuestra Señora es la Medianera de todas las gracias y el punto de referencia de todas las alabanzas hechas a Dios. No podemos concebir una perfecta alabanza a Dios que no la tenga como punto de referencia.

Presentación de la Virgen María en el Templo – Museo de Dijon, Francia.

EL CAMINAR DEL ESPIRITU HUMANO.

El espíritu humano camina hacia el conocimiento de proche en proche, de cercano a cercano, pero en este caminar, ¿cuál es el cercano de aquel que es eterno, absoluto, perfecto, infinito, trascendente en relación con cualquier criatura? Dios vive, de un modo muy especial, dentro de las criaturas que ama. Entonces, ¿cómo habita en Nuestra Señora, que es tan especialmente objeto de su amor?

En Ella tenemos un modo de acercarnos más a Dios. Aunque Él es inaccesible, está a nuestro alcance, porque habita en Nuestra Medianera. Siendo el Palacio de la Trinidad, el Paraíso del Hombre-Dios, a través de Ella podemos tener con Dios ese contacto sin el cual no somos nada.

Por esta razón, para exaltar cualquier perfección divina, incluso su sagrada cólera, no podemos discurrir sin hablar de Maria.

CUANDO UN INDIVIDUO PECA Y SE AFERRA IRREVERSIBLEMENTE EN EL PECADO, SE VUELVE ODIOSO.

¿Cómo medir la ira del Corazón Sapiencial e Inmaculado de María? ¿Cómo podemos siquiera imaginar al Sapiencial e Inmaculado Corazón de María en cólera? Parece que las expresiones son contradictorias, antitéticas. En ella no podría haber cólera, Ella es toda cristalina, toda hecha de suavidad, de pureza. La colera parece una vibración de indignación, del amor propio contrariado, del egoísmo despreciado. ¿Cómo puede uno concebir disposiciones de alma tan bajas en aquella que es toda elevación?

¿A quién y cómo Nuestra Señora odió? A menudo se dice que Ella odió el pecado. Es verdad. Pero el pecado sólo existe en la persona del pecador. No hay pecado en abstracto. Antes de que Adán y Eva pecaran, no había pecado, porque no había pecadores. Existía apenas la posibilidad de que alguien pecara. Así, uno podría odiar esa posibilidad, pero el odio no tendría como objeto un ser existente. Si Adán y Eva hubieran tenido ese odio al pecado, como una eventualidad, habrían encontrado más recursos de alma para no pecar.

María Santísima odia en todos los pecadores aquello que es pecado y ama a los pecadores, porque ama en ellos la posibilidad de que, por disposición divina, se arrepientan. Pero la situación actual del pecador, mientras permanece en el estado de pecado, Ella odia.

¿Cómo lo odia? ¿Cómo podemos imaginar los odios del Sapiencial e Inmaculado Corazón de María?

Tengo la impresión de que con el pecado y con la virtud hay refinamientos. Algunos pecadores, por así decirlo, han llevado el pecado tan lejos como una criatura humana puede llevar la virtud. Y, al pie de la letra, pecaron todo lo que pudieron, es decir, lo que su condición les permite pecar. Al ser criaturas muy elevadas, tienen la posibilidad de pecar de un modo extremamente abominable. Dice el refrán popular: cuanto mayor es la altura, mayor es la caída.

Así, hubo criaturas de una naturaleza muy alta llamadas por Dios para manifestar un magnífico reflejo de las tres Personas Divinas. En el momento en que pecaron y se aferraron irreversiblemente en el pecado, estas criaturas se volvieron odiosas. Nuestra Señora al ser creada, y haber tomado conocimiento de estas criaturas y de la repugnancia del pecado cometido por ellas, no tuvo en relación con ellas sino odio.

María Santísima tiene en cuenta que el pecador forma un sólo todo con el pecado, así como la persona virtuosa forma un sólo todo con la virtud. Es más o menos como la persona fea y la fealdad; así como la belleza constituye un todo con la persona bella. Tanto la belleza como la fealdad son inherentes al ser de la persona.

Así también el pecado, con la diferencia de que este es elegido libremente por el pecador; y en eso la persona tiene exactamente la nota más humillante, porque ella vio y adhirió a eso por su propia voluntad.

EL ODIO ES MOVIDO POR EL AMOR

Entonces, por el propio amor insondable que Nuestra Señora le tiene a Dios, es imposible que no odie completamente a ese individuo al verlo tan opuesto al Creador. Para cada pecador a quien la Justicia Divina selló su destino condenándolo al infierno, María Santísima puede decir las palabras de la Escritura: “¡Te odié con perfecto odio!”  (cf. Sl 138, 22). Es un odio al que no le falta nada.

Este odio está hecho de una concepción muy recta y noble de cómo debe ser aquel ente, porque Nuestra Señora conoce la forma excepcional de como esa criatura debe ser imagen y semejanza de Dios, y ama mucho eso. Al ver que aquel ser rechaza esa perfección, transformándose voluntariamente en lo contrario, Ella percibe el refinamiento de maldad al que llegó y lo odia por completo, por amor a la misma perfección que Ella contempla en Dios.

Es forzoso que, amando mucho algo, se odie igualmente lo contrario. El odio y el amor se acompañan como la figura y la sombra.

LOS PIES PUROS DE NUESTRA SEÑORA PISAN CON ODIO A LOS CONDENADOS

Podríamos imaginar a Nuestra Señora en la presencia de Dios y, ante ella, un alma que va a ser juzgada. Si fue una persona virtuosa, la mira con amor y le dice: “Hijo mío, ¡cómo te pareces a mí y a los dones que Dios puso en Mí! ¡Quiero besarte, hijo mío, dame tu frente!”

De repente, aparece el alma de un pecador empedernido, trayendo la señal del diablo en su frente. Evidentemente, toda esa fuerza de atracción se convierte en rechazo, y las palabras de afecto se convierten en increpación: “Yo desvío de ti mi rostro, tengo horror ante el semblante que presentas, me causa asco e indignación. ¡Quiero pisar la fealdad que has adquirido por tu pecado, como aplasto la serpiente eternamente!”

Se podría pintar un cuadro que represente a la Santísima Virgen pisando a cada uno de los réprobos que están en el infierno porque, en realidad, sobre ellos pesa eternamente su odio total e implacable. Y Ella tendrá como una más de sus glorias pisar a los condenados, Ella podría decirle a Dios: “¡Os hago este acto de reparación, mi Creador, que sois mi Padre, mi Hijo y mi Esposo! ¡Estos miserables querían lo contrario a Vos, por eso mi pie purísimo, elemento integrante y ejecutivo de la criatura más elevada que vuestra Sabiduría y vuestro Poder engendraron, los aplasta con odio, y entono el cántico de ira y triunfo de todos los justos en el Cielo y en la Tierra!”

ELLA QUISIERA CASTIGAR A SALOMÓN, QUE LLEVÓ A LA PERDICIÓN AL PUEBLO ELEGIDO

De los muchos ejemplos que se podrían ofrecer, no hay ninguno que me cause tanto escalofrío como Salomón, el hijo muy querido, el rey que recibió de David la corona y la misión. David dejó listos los materiales y los planos para la construcción del Templo, pero fue Salomón quien tuvo la gloria de construirlo. Salomón, que es el autor del Libro de la Sabiduría, sin embargo, se prostituyó hasta el punto de adorar ídolos, se convirtió en un corrompido y murió en el libertinaje y la apostasía. ¿Cómo podría un alma caer así desde esa cumbre? ¡Este hombre, que escribió las palabras dictadas por el Espíritu Santo para ser comunicadas a la humanidad, de repente se transforma en ese vaso de abominación!

Al leer en el Libro de la Sabiduría el relato de la construcción e inauguración del Templo, ¡de qué amor el alma santísima de María debería sentirse llena! ¡Fue un reflejo perfecto del amor de Dios y cuánta gloria debió darle!

Sin embargo, al considerar la narración de la caída de Salomón, ¿cómo no podría sentir un odio tan grande cuanto el amor a Salomón en su justicia? ¿Cómo no sentir náuseas, asco, repulsa, deseo de rechazar y castigar a quien se ha convertido así en enemigo de Dios, llevando a la perdición al propio pueblo elegido?

HORROR IMPLACABLE A TODA FORMA DE PECADO

Es conocido que hubo santos que, al escuchar en Confesión a los penitentes, sentían el mal olor de sus pecados.

Cuando el mal olor es fruto simplemente de la negligencia de la persona al tratar con su propio cuerpo, causa un rechazo particular. Nadie tiene la culpa del mal olor del cuerpo causado por alguna enfermedad, pero ser negligente y no tener horror por el mal olor de sí mismo significa una forma de connivencia que contagia el alma de alguna manera con ese mal olor físico.

Por ejemplo, una persona que por negligencia nunca se cepilla los dientes y, por lo tanto, tiene un aliento horrible. Ella sabe que, si se cepillara los dientes, el mal aliento cesaría, pero no se cepilla porque no tiene horror al mal sabor y al mal olor de su boca. Eso nos hace pensar que esta alma tiene conaturalidad con ciertos defectos morales, y quedamos con horror del cuerpo que lleva a un horror al alma, mientras esta no tenga aversión a lo que es horrible para el cuerpo.

Ahora bien, el pecador que podría y debería salir de su pecado, pero se queda en ese estado, tiene incomparablemente más culpa y está más adherido al hedor de su alma que al mal aliento de su boca.

Imaginemos a Nuestra Señora sintiendo el mal olor del alma de Salomón, por ejemplo, que Ella, a posteriori, habrá conocido enteramente. Salomón, cuyas palabras deberían tener el aroma del incienso cuando se quema, el aroma de las frutas cuando alcanzan la madurez, después de que su prevaricación quedó con el olor nauseabundo de todas las podredumbres.

Si esto es así, podemos entender, entonces, el horror implacable de Nuestra Señora a toda forma de pecado.

MARÍA SANTÍSIMA CONOCE INCLUSO LO QUE ESTÁ OCULTO

Así también la Santísima Virgen, a quien nada permanecía oculto, al nacer conocía perfectamente la infamia en que había caído su nación en esos años. Ella sabía que el Mesías estaba por nacer en esos tiempos, pero veía el auge de degradación al que había llegado el pueblo judío. Nuestra Señora no podía dejar de ver, con mucha más lucidez que el profeta, esa visión de Ezequiel cuando fue llevado al interior del Templo y vio en sus recintos ocultos a los sacerdotes practicando la idolatría, pero ante el pueblo fingiendo adorar al Dios verdadero.

Ahora, María Santísima sabía que la clase sacerdotal se estaba preparando para caer en el abismo del deicidio, y que sería la promotora más activa de todas las calumnias contra Nuestro Señor. El Sanedrín era propiamente la fuerza deicida en Israel.

Debemos imaginar a la Virgen María niña entrando para el servicio del Templo, a la edad de tres años, y presenciando esta realidad bivalente: la casa de Dios, donde la gloria de Él habita, los justos van a rezar, su Divino Hijo iría a enseñar, es decir, todo el Templo era una espera ansiosa del Mesías que vendría; y al mismo tiempo, Ella veía, junto al culto verdadero, el culto secreto, disfrazado, abominable, y la prevaricación de toda la clase sacerdotal.

Alguien objetará:

  • ¡Pero ella solo tenía tres años!

Yo respondo:

  • Ella era Nuestra Señora…

No hay otra respuesta que dar. Ella ya lo sabía todo.

¡Con qué admiración ha penetrado en la casa de Dios! ¡Cuál no habrá sido el cántico de los ángeles al ver aproximarse aquella de quien nacería el Salvador y que era la nueva Arca de la Alianza, de la cual el arca guardada en el Templo con tanto respeto era sólo una prefigura!

REACCIÓN DE LAS ALMAS FRENTE A LA VIRGEN NIÑA

Podemos imaginar una u otra alma buena que estaba por allí, tal vez la Profetiza Ana, o el Profeta Simeón, y que, por misteriosas premoniciones, observando a aquella creatura dirían: “¡Qué gran llamado tiene esta niña!” Al verla pasar en el cortejo con las otras niñas educadas para el servicio del Templo, es posible que la hayan reconocido como una intercesora incomparable junto a Dios, y se hayan dirigido a Ella pidiendo favores celestiales. Y la futura Madre de Dios, por una de esas correspondencias internas del alma, daba a entender: “Yo tengo consonancia contigo, tú eres uno conmigo”. ¡Y aquella alma se bañada en alegría!

Probablemente algunos hicieron que sus vidas giraran en torno a Ella. Conociendo en las diversas ocasiones del día en donde estaba Nuestra Señora, miraban una habitación, por ejemplo, para ver si Ella aparecería en la ventana; o comprobaban qué recinto dejó la Niña para poder entrar allí poco después, y por este modo vivir en María, con María y por María, que era una forma anticipada de vivir en Cristo, con Cristo y por Cristo.

 Por lo tanto, debería haber almas fervientes alrededor de la Santísima Virgen a quienes Ella estimulaba cada vez más hacia el bien, elevándolas a una cumbre de santidad para ellas inimaginable. A otros que eran buenos, pero viviendo en la mediocridad, Ella los invitaba a levantar el vuelo rumbo a la perfección que deberían lograr, pero que no alcanzaron. A cada uno de ellos su presencia les decía: “O me amas, o te estancas. ¡Ha llegado tu hora! ¡Ven, hija mía!”

Finalmente, también estaban los hijos de Satanás, abominando cualquier forma de verdad, de bien o de belleza, y que al sentir su presencia, el demonio gruñía en su interior, se escondía, se agitaba, tenía miedo, sentía la necesidad de abandonar la presa y huir, pero armaba el alma de aquellos malditos contra Ella.

TENÍA ODIO Y FUE ODIADA


San Joaquín y Santa Ana – Museo de Arte Sacro, Évora, Portugal

Si un buen católico en el mundo de hoy produce división, ¿cómo no suponer que Nuestra Señora también dividió? No podía dejar de haber en el Templo, además de los amigos de la Virgen, los enemigos que desviaban de Ella la mirada y sentían malestar estando cerca, la odiaran y trataran de calumniarla o difamarla, intentaran de muchos modos serle nocivos, invocaran demonios para tentarla, para probarla, para que le negaran su comida, en fin, la sabotearan por todas las formas. Excepto por una disposición especial de la Providencia, esto debió haber sido así. Y tanto las almas que estaban a su favor como las opuestas terminaran articulándose. Por lo tanto, Nuestra Señora, en el Templo, hizo la Contrarrevolución, opuesta a la Revolución que se estaba preparando contra su Hijo.

Estas son hipótesis que giran en torno a la Santísima Virgen María y nos hacen entender cuál fue su vida, el papel que jugó el odio desde su primera infancia.

Llevo más allá mis conjeturas: creo que Nuestra Señora, cuando estaba en el claustro materno de Santa Ana, ya causaba malestar en los que eran satanás. El diablo, desde el momento en que María Santísima fue concebida, comenzó a perseguir a Santa Ana de una manera especial, surgieron antipatías, odios, así como veneraciones y simpatías, incluso antes de darse cuenta de que había concebido una creatura. De tal manera Nuestra Señora es lo opuesto al demonio, que tuvo que sentir la irradiación de la persona de Ella, instigar contra Ella el odio de aquellos en quien él habitaba. Imposible que no fuera así.

Vemos, por lo tanto, que, desde el primer momento de su ser, Ella tenía odio y fue odiada. Esta compresión y descompresión del odio y del amor representaron la propia trama de la existencia de Ella.

(Extraído de la conferencia del Dr. Plinio del 5/7/1980)