LAS REALIDADES TERRENAS DEBEN SER PARECIDAS CON LAS DEL CIELO

Revista Dr. Plinio en español – No. 41 – septiembre 2021

En la consideración de la fiesta de San Rafael Arcángel debemos impetrarle la graciade ver en todas las realidades terrestres la semejanza con las celestiales. Solamente, en la medida que amemos las realidades terrenas parecidas con el cielo, prepararemos nuestras almas para el Reinado de María Santísima y para la eterna beatitud.

San Rafael Arcángel Iglesia de los Jesuitas, Venecia, Italia
San Rafael Arcángel Iglesia de los Jesuitas, Venecia, Italia.

El culto a los Santos Ángeles está muy relacionado con nuestra espiritualidad, razón por la cual el estudio de los espíritus angélicos ocupa un papel muy importante en nuestros pensamientos.

PEDIR GRACIAS ESPIRITUALES Y TEMPORALES

San Rafael, como siendo uno de los más eminentes de los ángeles, naturalmente tiene un lugar privilegiado en nuestra devoción. Por otro la-do, el hecho de que él encamine las oraciones de los hombres hacia Dios y, naturalmente, a Nuestra Señora, que también es intercesora para los ángeles, es un motivo especial para que le demos culto a San Rafael.

El arcángel San Rafael es el Patrono de los que viajan y también de los enfermos. Hay tanta gente que, a uno u otro título, es enfermo. Considero una buena cosaque la persona, en relación a sus propias enfermedades, se comporte así: “Dios mío, os pido que me libréis de esta enfermedad, pero si no lo hiciereis, pues es de vuestro designio, haced por lo menos que yo saque todo el fruto espiritual de ella”.

Alguien podría pensar que pedir la salud no corresponde a una actitud perfecta, porque es una gracia temporal y no espiritual. Dios me libre de una religiosidad que sólo pida las gracias temporales; pero, que Él me libre igualmente de otra que juzga que hay una imperfección en pedirlas gracias temporales. Se debe pedir también “el pan nuestro de cada día”.

PROTOCOLO MONÁRQUICO DE LOS BUENOS TIEMPOS

Una de las nociones que se borraron mucho del culto de los ángeles, y que me parece interesante recordar, es la de que el cielo constituye una verdadera corte. Antiguamente se hablaba mucho de la Corte Celestial, que encuentra su fundamento en la idea de que Dios está delante de los ángeles y santos, en la Iglesia Gloriosa, como un rey delante de su corte.

Pero lo curioso es que algunas peculiaridades propias a las cortes existentes en la tierra, por las similitudes entre las cosas de la tierra y del cielo, acaban existiendo también en la Corte Celestial, constituyéndose una corteen el sentido mucho más literal de la palabra de lo que se podría imaginar.

Si consideramos un protocolo monárquico de los buenos tiempos, veremos que no era, según imaginan algunos, una cosa formal y completamente vacía; era la manera de regirla existencia de las varias personas al servicio del rey, de forma que todo se pasase de un modo práctico, sencillo y decoroso, facilitando toda la vida del monarca.

Así, por ejemplo, cuando el rey se colocaba a disposición para recibir los pedidos de sus súbditos, él los atendía teniendo en torno suyo, en las grandes ocasiones, a los príncipes de la Casa Real y personas de alta nobleza. Las peticiones eran presentadas por escrito; sin embargo, el interesado comparecía delante del monarca y podía dirigirle la palabra para decirle lo que quisiese. Algún príncipe, una personade alta categoría, o alguien que fuese allegado al interesado también podía decir algo. Entonces, el solicitante entregaba un rollo de papel con su pedido a un dignatario, que el rey examinaría después. Había una mesa sobre la cual iban acumulándoselas peticiones que después eran despachadas por un Consejo especial.

Se nota entonces una especie de jerarquía de funciones, de dignidades, de intercesiones que conducen al rey; y después, procediendo de él, llega a los particulares. Ése es el mecanismo de una corte.

PADRÓN PARA TODAS LAS CORTES TERRESTRES

En la Corte Celestial en último análisis existe el mismo protocolo y por las mismas razones. Dios Nuestro Señor – que evidentemente no necesita de nadie –, al haber creado seres diversificados es natural que entregue a ellos algunas misiones junto a Él, según una disposición jerárquica. Y también, que esos seres posean un brillo, un esplendor, una dignidad en la mansión celestial, correspondiente a las tareas de las que son incumbidos, tareas estas que a su vez corresponden a la propia naturaleza de ellos.

Así, está enteramente de acuerdo con el orden del universo que los seres humanos sean regidos por los ángeles, y éstos sean intercesores de los hombres junto a Dios. De manera que es verdaderamente una vida de corte, con un protocolo y una dignidad, que sirve de padrón para todas las cortes terrestres, e indica la necesidad de que exista un protocolo, una jerarquía, una diversificación de funciones. El ejemplo contrario de eso lo tenemos en los discursos de jefes de Estado y de sindicalistas modernos, teniendo una pilade gente atrás, decenas de micrófonos y gente alrededor conversando; el individuo interrumpe la arenga, da una orden para éste o aquél, cuenta un chiste y, después continúa hablando para la masa. Un caos en el cual no hay compostura ni dignidad. Y esa carencia de orden, compostura y dignidad van constituyendo la igualdad y la democracia.

Al contrario, en el estilo aristocrático-monárquico encontramos esa diferenciación, esa jerarquía que es la propia imagen del cielo, y comprendemos mejor aquella afirmación de Pío XII de que, aún en las democracias verdaderamente cristianas, es indispensable que las instituciones tengan un alto tonus aristocrático.

CONDICIÓN PSÌQUICA DE SOBREVIVENCIA EN LA TIERRA

La fiesta de San Rafael nos conduce exactamente a esa idea. Es un intercesor celestial de alta categoría que lleva nuestras oraciones a Dios, porque es uno de los espíritus angélicos más elevados que asisten junto a Él y, por lo tanto, están más próximos de Él para pedir por nosotros, constituyendo los canales naturales de las gracias que deseamos.

Esa consideración nos conduce a la idea de que debemos reforzar cada vez más en nosotros el deseo de que las realidades terrestres sean semejantes a las celestiales. Porque, sólo en la medida en que amemos las realidades terrenas parecidas con las del cielo, es como preparamos nuestras almas para la beatitud celestial. Si al morir no tenemos apetencia por las realidades terrestres parecidas con las celestiales, no tendremos apetencia del cielo.

Por lo tanto, hay algo en ese espíritu de jerarquía, de distinción, de nobleza, de elevación, que corresponde a una verdadera preparación para el cielo; preparación que es tanto más deseable cuanto más vayamos sumergiéndonos en un mundo de horror, en el cual todas las exterioridades con las cuales tomamos contacto son monstruosas, caóticas y desorganizadas.

Es una necesidad del espíritu humano, de modo a no sumergirse en la desesperación, que la persona pueda poner sus miradas extenuadas y doloridas en algo digno y bien ordenado. No es propio del hombre vivir en el mare magnum de cosas que caen, se sumergen y se deterioran. En algún lugar él necesita poner su alegría y su esperanza.

Pero de tal forma todo cuanto es digno va desapareciendo de este mundo que, o tenemos cada vez más nuestro deseo y esperanza puestos en el cielo, o no tendremos más condiciones psíquicas de sobrevivencia en la tierra.

Hubo una santa que tuvo una revelación en la cual vio a su propio ángel de la guarda. Era un ente de una naturaleza tan elevada, tan noble y excelsa, que ella se arrodilló delante de él para adorarlo, pensando que era el propio Dios. El espíritu celestial debió explicarle que él era sólo su ángel de la guarda, perteneciente a la jerarquía menos alta que existe en el cielo. En comparación con eso, ¿qué podemos imaginar de un ángel como San Rafael, de las más elevadas jerarquías?

SAN LUIS, REY DE FRANCIA, Y SAN RAFAEL, PRÍNCIPE CELESTE

Pero para no quedarnos en la concepción de un puro espíritu, podemos servirnos de una comparación antropomórfica que nos haga degustar mejor esa realidad, imaginando por ejemplo a San Rafael tratando con Nuestra Señora en el cielo, a la manera de San Luis Rey de Francia, hablando con su madre Blanca de Castilla.

Es sabido que San Luis era un hombre de alta estatura, gran belleza, muy imponente, de manera que al mismo tiempo atraía, infundía un respeto profundo y suscitaba un inmenso amor. Poseía el estilo de un guerrero terrible en la hora del combate, y era el rey más pomposo y decoroso de su tiempo.

Ese rey, en el cual brillaban todas las glorias de la santidad y que era un hijo muy amoroso, podemos imaginarlo en los esplendores de la corte de Francia conversando con Blanca de Castilla. ¡Cuánta distinción, cuánto respeto, cuánta elevación, cuánta sublimidad en esa escena! Ella nos da un poco la idea de lo que sería San Rafael dirigiéndose a Nuestra Señora. Un rey como San Luis era una especie de ángel en la tierra. San Rafael, vagamente puede ser considerado como una especie de San Luis celeste. Él es un Príncipe celeste; sólo con la diferencia de que San Luis era rey y San Rafael, no. Y Nuestra Señora es Reina a un título mucho más alto que Blanca de Castilla.

Por esta trasposición podemos tener un poco la idea, a la manera de hombres, de la alegría de la cual vamos a estar inundados en el cielo, cuando podamos contemplar a un arcángel como San Rafael; y todo cuanto veremos de Dios admirando a ese Príncipe celeste.

Pidamos a él que tengamos esa contemplación; pero también, que algo de esas ideas penetren en nosotros en esta vida, y que la consideración de ese orden ideal y realmente existente nos conforte para una esperanza del cielo y del Reinado de María, disipando toda la tristeza creciente de estos días en que los castigos previstos por Nuestra Señora en Fátima se van aproximando tan rápidamente de nosotros.