El ESPÍRITU CONSOLADOR

Reflexiones Teológicas de Plinio Correa de Oliveira
(Extraído de la conferencia del 2/6/1966)
Para que venga del Reino de María no basta apenas con el exterminio de los malos a través de un castigo divino, igualmente se hace necesaria una efusión de gracias del Espíritu Santo que lleve a la conversión gran parte de la humanidad. Incluso los contrarrevolucionarios deben someterse a una transformación al estilo del gusano que se convierte en una hermosa mariposa.

Por ocasión del Divino Espíritu Santo y la Fiesta de Pentecostés, me gustaría decir algo acerca de un punto del que hemos estado hablando: el Grand Retour1.

Necesidad de gracias excepcionales de conversión para la instauración del Reino de María.

Si consideramos que los castigos previstos por la Virgen en Fátima determinarán el exterminio de un gran número de personas, especialmente las que no son buenas, y que entonces, salvándose los buenos, con ellos nace una nueva humanidad, me parece que desde el punto de vista demográfico quedamos en la estaca cero. Porque ¿cuántos son los verdaderos contrarrevolucionarios en los días de hoy? ¿Y cómo asegurar la perpetuación del género humano partiendo de un puñado de buenos que quede? Es evidente que el exterminio no es suficiente, esos castigos tienen que ir acompañados de una gran conversión.

El Diluvio Universal- Iglesia de Santa María Magdalena, Troyes, Francia

Sabemos que el Diluvio Universal, además de un castigo, fue una ocasión de conversión para muchas personas que, ante la inminencia de la muerte, se convirtieron y se salvaron. Por lo tanto, podemos imaginar que las tragedias que castigarán a la humanidad, caso no se enmiende, también serán una oportunidad para que muchos se conviertan.

Pero ¿cómo podemos considerar esta gracia para tantas personas, incluso para los contrarrevolucionarios tan deficientes y llenos de fallas, teniendo en cuenta que se trata de instaurar la época más brillante de la Historia de la Iglesia, que es el Reino de María? ¿Cómo resolver este problema?

Sólo podemos imaginar esto de la siguiente manera: en algún momento, de un modo inesperado, la Virgen realizaría sobre un gran número de personas una acción sobrenatural, con gracias obtenidas por Ella, que actuarían sobre las almas para que se conviertan, se transformen por completo y se vuelvan contrarrevolucionarias.

Puedo decir que, tímidamente, a algo de esto asistí en mi vida. Porque cuando comparo lo que hoy es mi obra, con las posibilidades existentes para constituir un movimiento católico como este, cuando empezamos, y lo que era Brasil antes de que comenzara el movimiento católico, veo enormes transformaciones que no podrían tener lugar sin gracias muy especiales, evidentemente distribuidas por el Espíritu Santo a las almas y obtenidas por su Santísima Esposa.

Cuando recordamos el “congelador” religioso que era Brasil en tiempos, por ejemplo, Washington Luiz y lo comparamos con el miserable Brasil de Jango y el Brasil indeciso de Castelo Branco, vemos que hubo, a pesar de mil desmoronamientos, de mil reveses, una obra evidente de la gracia que, en su género, es absolutamente maravillosa, excepcional, que no está en el obrar común de la Providencia.

En cualquier etapa de la vida espiritual, pedir una transformación completa.

Es evidente, que necesitaremos operaciones excepcionalísimas de gracia. Estas son las que debemos pedir: gracias muy especiales del Espíritu Santo. Es muy conveniente que hagamos este pedido al Divino Espíritu Santo Divino por motivo de la Fiesta de Pentecostés.

Supongamos a alguien que, en su vida espiritual, se va manejando de una manera perfectamente satisfactoria; otro, de una manera mediocre; otro, sin embargo, insatisfactoriamente. ¿Cómo queda este pedido de gracias para cada uno?

Para el primero, se debe pedir a la Virgen que le dé una gracia para que su fervor sea tal que equivalga a una verdadera conversión, por la que adquiera una forma completamente nueva de ver la vocación, una renovación de todas las energías internas, para que la apetencia de santidad, de sacrificio, de amor por todo lo que es grande y sublime y que verdaderamente nos habla de Dios, crezca enormemente; y que él sea, con relación a lo que era antes, como la mariposa es para crisálida. Tengo la impresión de que la representación zoológica de la transformación operada por la gracia en el hombre es un gusano que se arrastra por el suelo – un ser vil, feo, enterrado en el polvo –, que de repente se convierte en una hermosa mariposa. Esta es la transformación espiritual del hombre.

Esto lo deben pedir sobre todo los mediocres, que no se sienten progresar, y cuya vida de piedad se convierte en lero-lero, las Avemarías se automatizan, los pensamientos de piedad pierden el jugo, se conserva para todo esto una especie de cariño convencional, pero el fondo del alma no va por es camino.

Sin embargo, me gustaría hablar especialmente para aquellos que tienen la desgracia de no estar espiritualmente bien. Hay situaciones en la vida espiritual que son tan difíciles que la persona como que pierde el coraje: “No puedo, no aguanto. Está muy bien, es muy hermoso, pero está demostrado que perdí el aliento, y ya no avanzo más…”

Ahora, la Fiesta de Pentecostés nos recuerda admirablemente que esta forma de razonar es falsa. Por más grandes que sean las dificultades, el Divino Espíritu Santo puede, en cualquier momento, por la intercesión de la Virgen, atender nuestros pedidos y fulminar un alma con su gracia, como San Pablo camino de Damasco. Una intervención como esa, cualquiera puede y debe pedir.

En estas condiciones, por lo tanto, yo sugeriría que todos nos acerquemos a la Fiesta de Pentecostés con gran confianza, plenamente convencidos de que, si pedimos, la Santísima Virgen nos atenderá, obteniendo para nosotros una gracia especial del Espíritu Santo. No puedo asegurar que tal regalo va a llegarnos el día de Pentecostés, cuando las campanas estén anunciando el mediodía. Las cosas en la vida espiritual no ocurren tan cinematográficamente. Pero uno debe pedir para recibir en el momento apropiado y oportuno.

La verdadera acción del Espíritu Consolador.

A respecto de la acción del Divino Espíritu Santo en Pentecostés vale la pena otra consideración. Debido al giro histórico del espíritu religioso a lo largo de los siglos, cuando se habla de la tercera Persona de la Santísima Trinidad como Espíritu Consolador, se insinúa la idea de una viuda llena de crepes, teniendo tres niños cerca de ella, cada uno relamiendo un bizcochito, sentada al pie de un sauce junto a una tumba en el cementerio de la Consolação, y pensando: “¡Qué bueno era mi Pafúncio! Tan amable, tan correcto… Es cierto que una vez que me traicionó, pero no vale la pena pensar en eso ahora”. Y después de un tiempo de un bueno y suave llanto, se retira del cementerio consolada.


Pentecostés – Catedral de Santa María la Real, Pamplona, España

En una de sus obras, Proust2 aparece el personaje de una tía viuda que vivía en una hermosa habitación de la que nunca salía. La cama de esta señora estaba al lado de una ventana con vistas a la calle, para que pudiera ver todo lo que estaba sucediendo allí. La pared de la habitación era listada en azul claro y blanco, imitando tela, donde colgaba un retrato del difunto marido. Entre las distracciones de la viuda durante el día estaba mirar la foto y comentar con la criada: “Qué bueno era mi pobre marido…”

Esta es la idea común que se tiene de “consolación”. Por lo tanto, el Espíritu Consolador también sería el que nos haría tener un sabroso misticismo durante el Avemaría; una cosa melosa de donde la persona sale, en este sentido dulcificado de la palabra, consolada.

Sin embargo, el Espíritu Consolador no es esto, sino lo correspondiente a la etimología latina de la palabra “consolatio”, es decir, aquel que da fuerza. Él es apropiadamente el Espíritu de fuerza, de ánimo frente al dolor, al sufrimiento y a la lucha. Es el Espíritu Santo quien nos da fuerzas para luchar por la virtud, para lograr la santificación, para luchar por la Causa de Dios. Por lo tanto, es el Espíritu alentador, que da coraje para que la persona luche. Y no, lo contrario, el que coloca un gustico agradable de consolación, es este otro sentido de la palabra.

Sin duda, también es uno de los efectos del Espíritu Santo una cierta forma de dulce resignación, suave en medio de un gran sufrimiento. Pero este es un efecto entre muchos otros que el Espíritu Santo produce, y que no tiene nada que ver con el sentimentalismo melancólico, al estilo de Chopin3, y otras cosas del género. Es algo de resignación cristiana, por ejemplo, en la Virgen, después de que Nuestro Señor subió al Cielo, Ella pasó aún mucho tiempo en la tierra, para el bien de la Iglesia naciente, y anhelando por Él. Así que no tiene nada en común con la flaqueza sentimental de la que hablamos arriba.

No conozco nada mejor que los gisants de la Edad Media para darnos la idea sensible de este espíritu de ánimo, de energía, fruto del Espíritu Santo, que nos lleva a enfrentar la vida en cualquier circunstancia. Aquellos guerreros acostados, en una actitud de oración, armados para la vida y enfrentando plácidamente la muerte, después de transponer tranquilamente los umbrales de la eternidad, con fe en Dios y en la Iglesia Católica, listos para presentarse ante el juicio divino, confiados en su justicia y en su misericordia, representan bien, en mi opinión, esta forma de firmeza que da el Espíritu Santo. Una firmeza llena de serenidad, que no es insensible, calvinista. Esta actitud del alma es una de las manifestaciones de esa acción del Espíritu Santo.

Ánimo firme y paciencia: gracias que se obtienen del Espíritu Santo.

Me parece que hay que tener en cuenta al tratar sobre el problema del dolor, la posición del católico frente al sufrimiento, la admiración, la aceptación y la comprensión del dolor como un valor insigne que pone en orden e ilumina toda la vida en este valle de lágrimas. Todo esto sólo puede entenderse bien a partir de ese ánimo sobrenatural, que el Espíritu Santo da a los fieles para todo tipo de lucha y sacrificio, incluso para la adquisición, conservación y progreso de la virtud.

Al igual que la palabra “consolación”, también la noción de paciencia es tergiversada en nuestros días, considerándola como una cosa fofa, boba y sin sentido. ¿Pero qué es la paciencia? Este término proviene del vocablo passio, que significa sufrir. Por lo tanto, la paciencia es la capacidad de sufrir, una de sus manifestaciones es soportar injurias, cuando es el caso de soportarlas.

Tumba de los Duques de Orleans – Basílica de Saint-Denis, Francia

Pero esa no es una actitud tonta. La paciencia es un elemento indispensable e integral del coraje. Es por tener la capacidad de sufrir que el hombre es valiente. Pero ¿qué sentido tendría un reportaje que dijera: “La artillería avanzó con admirable paciencia sobre el adversario”? Nadie lo entendería. Sin embargo, tiene un significado: con una admirable disposición de sufrir, de dar y recibir golpes. Por lo tanto, es un elemento integral del coraje.

Pidamos a la Virgen que nos consiga gracias del Espíritu Santo para tener ese consuelo, ese ardor, especialmente en la vida de santificación y en la lucha contra el adversario.

1) Del francés: Gran retorno. A principios de la década de 1940, hubo un aumento extraordinario de espíritu religioso en Francia, por ocasión de las peregrinaciones de cuatro imágenes de la Virgen de Boulogne. Tal movimiento espiritual fue llamado “gran retour”, para indicar el grandioso regreso de ese país a su antiguo y auténtico fervor, entonces oscurecido. Al conocer estos hechos, el Dr. Plinio comenzó a emplear la expresión “gran retour” en el sentido no sólo del “gran retorno”, sino de un torrente abrumador de gracias que, a través de la Santísima Virgen, Dios concederá al mundo para la implantación del Reino de María.

2) Valentín Louis Georges Eugène Marcel Proust (1871 – †1922). Escritor francés.

3) Frédéric François Chopin (1810 – †1849). Compositor polaco-francés y pianista de la época romántica.