LOS COLORES DEL PARAÍSO
Caballeros del al Virgen – Publicado el 03/04/2021
“El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos” (Sal 18, 2), canta hermosamente la Escritura. El salmista no conoció́ nuestras ciudades actuales, verdaderas selvas de hormigón, iluminadas por potentes luces artificiales, donde ya no es posible contemplar lo maravilloso de una noche estrellada.
Sin embargo, aún podemos admirarnos, por ejemplo, con el suave movimiento de las blancas nubes, que la imaginación infantil concibe como imponentes montañas de algodón, o con espectaculares puestas de sol, que pintan toda la naturaleza de exuberantes colores, tan vivos como ningún artista sería capaz de concebir.
Aunque tal vez lo que más nos atraiga del mundo natural sea el reino animal. Y en el vastísimo abanico de especies existentes podemos pensar en la agilidad, elegancia y belleza de las aves.
El pequeño tico-tico se destaca por la vivacidad del alboroto que arma en bandadas. El cisne se desliza suave en la placidez de un lago, como si prescindiera de cualquier esfuerzo para desplazarse. El colibrí́, en la delicadeza de sus alas y su pico, de vuela veloz cortejando a las flores.
Y las golondrinas buscan tejados y la cercanía con el hombre, como a la espera de una mano amiga que quiera compartir con ella las migajas de su pan.
Y si hablamos de colores, quizá́ sean las aves el género más rico en colorido del reino animal. La variedad de tonalidades es enorme, dejando atónito a un observador poco versado en ornitología.
Es lo que podemos apreciar en las simpáticas saíras, que ejercen un atractivo especial precisamente por los colores de su plumaje. Presentan unos azules, rojos, verdes o dorados que parecen piedras preciosas aladas, sublimando con la vida el reino mineral. Tanto que han servido de modelo a numerosos escultores que tallan en piedras semipreciosas, e incluso preciosas, bellas figuras de esos pájaros.
Estos pajaritos, auténticas joyas vivas salidas de las manos del divino artífice, son preciosidades que Él ha puesto en la naturaleza para que, en armonía con la diversidad de otros colores presentes en el mundo vegetal y mineral, puedan deleitar al hombre y llevarle a tener añoranzas del Paraíso, con un deseo aún mayor por conocer las grandiosas bellezas celestiales.
Sepamos admirar las maravillas de este mundo con los ojos puestos en la eternidad, porque, como dice poéticamente San Agustín, “si son hermosas las cosas que creó, ¡cuánto más hermoso es el Creador”.[1]
Y estemos seguros de que lo que Dios ha reservado para los que se salvan es todavía más hermoso, pues “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman” (1 Co 2, 9).
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1 SAN AGUSTÍN. Enarratio in Psalmum CXLVIII, n.o 15. In: Obras. Madrid: BAC, 1967, v. XXII, p. 894.