Excelencia del Rosario en las oraciones que lo componen
San Luis María Grignion de Montfort
⦁ Parte II –
La Salutación angélica es un compendio de la mariología
Tan sublime, tan elevada, es la Salutación angélica que el Beato Alano de la Roche ha creído que ninguna criatura puede comprenderla; que sólo Jesucristo, nacido de la Virgen María, es quien puede explicarla. Su excelencia deriva: principalmente de la Santísima Virgen, a quien fue dirigida; de la Encarnación del Verbo, para la cual fue traída del Cielo; y del arcángel Gabriel, que fue el primero que la pronunció.
La Salutación angélica resume, en la más concisa síntesis, toda la teología cristiana sobre la Santísima Virgen. En ella encontramos una alabanza y una invocación. La alabanza encierra todo cuanto constituye la verdadera grandeza de María; la invocación contiene todo cuanto debemos pedirle y podemos esperar de su bondad.
La Santísima Trinidad reveló la primera parte; Santa Isabel, iluminada por el Espíritu Santo, añadió la segunda; y la Iglesia —en el primer Concilio de Éfeso, realizado en el año 431—, puso la conclusión, tras condenar el error de Nestorio y definir que la Santísima Virgen es verdaderamente Madre de Dios. El Concilio ordenó que se invocase a la Santísima Virgen bajo esa gloriosa cualidad, con estas palabras: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.
La Salutación angélica es el signo de la clemencia y de la gracia de Dios
La Santísima Virgen María ha sido Aquella a quien esta divina salutación fue dirigida para llevar a cabo el acontecimiento más grande e importante del mundo: la Encarnación del Verbo eterno, la paz entre Dios y los hombres y la Redención del género humano. El embajador de esta dichosa noticia fue el arcángel Gabriel, uno de los primeros príncipes de la corte celestial.
En la Salutación angélica están contenidas la fe y la esperanza de los patriarcas, de los profetas y de los Apóstoles. Es la constancia y la fuerza de los mártires, la ciencia de los doctores, la perseverancia de los confesores y la vida de los religiosos. Es el cántico nuevo de la ley de la gracia, la alegría de los ángeles y de los hombres, el terror y la confusión de los demonios.
Por la Salutación angélica, Dios se hizo hombre, la Virgen se convirtió en Madre de Dios, las almas de los justos fueron rescatadas del limbo, las ruinas del Cielo se repararon y los tronos vacíos fueron ocupados otra vez; el pecado ha sido perdonado, la gracia nos ha sido dada, los enfermos han sido curados, los muertos resucitados, los desterrados llamados de nuevo, se aplacó la Santísima Trinidad y los hombres obtuvieron la vida eterna. En fin, la Salutación angélica es el arco iris, el signo de la clemencia y de la gracia dadas al mundo por Dios.
Aunque no hay nada tan grande como la Majestad divina ni nada tan abyecto como el hombre —considerado en cuanto pecador—, esta suprema Majestad, sin embargo, no desdeña nuestros homenajes; se siente honrada cuando cantamos sus alabanzas. Y el saludo del ángel es uno de los cánticos más hermosos que podemos dirigir a la gloria del Altísimo. “Canticum novum cantabo tibi” (Sal 143 9), te cantaré un cántico nuevo. Este cántico nuevo que David predijo se cantaría en la venida del Mesías es el saludo del Arcángel.
Cántico de alabanza y gratitud a la Santísima Trinidad
Hay un cántico antiguo y un cántico nuevo. El antiguo es el que los israelitas cantaron en agradecimiento por la Creación, la conservación, la liberación de su cautiverio, el paso del mar Rojo, el maná y todos los otros favores recibidos del Cielo. El cántico nuevo es el que cantan los cristianos en acción de gracias por la Encarnación y por la Redención.
Como estos prodigios se realizaron por la Salutación angélica, repetimos este mismo saludo para agradecerle a la Santísima Trinidad tan inestimables beneficios. Alabamos a Dios Padre por haber amado tanto al mundo hasta el punto de sacrificar a su Unigénito para salvarle. Bendecimos al Hijo porque bajó del Cielo a la tierra, se hizo hombre y nos ha rescatado. Glorificamos al Espíritu Santo porque formó en el seno de la Santísima Virgen ese cuerpo purísimo de Jesús ofrecido como víctima por nuestros pecados.
Con este espíritu de reconocimiento debemos rezar la Salutación angélica, haciendo actos de fe, de esperanza, de caridad y de acción de gracias por el beneficio de nuestra salvación.
Aunque este cántico nuevo está dirigido directamente a la Madre de Dios y contiene sus elogios, no obstante, es muy glorioso para la Santísima Trinidad, pues todo el honor que le rendimos a la Santísima Virgen vuelve a Dios como causa de todas sus perfecciones y virtudes: el Padre es glorificado porque honramos a la más perfecta de sus criaturas; el Hijo porque alabamos a su purísima Madre; el Espíritu Santo porque admiramos las gracias con las que fue colmada su Esposa. Al igual que la Santísima Virgen, con su hermoso cántico del Magníficat, dirigió a Dios las alabanzas y bendiciones que Santa Isabel le tributó por su eminente dignidad de Madre del Señor, del mismo modo Ella remite inmediatamente a Dios los elogios y bendiciones que le hacemos mediante la Salutación angélica.
“Dios me llenó de sabiduría y de luz”
Si este saludo glorifica a la Santísima Trinidad, también constituye la alabanza más perfecta que podemos dirigirle a María. Santa Matilde, deseando saber por qué medio podría testimoniar mejor la ternura de su devoción a la Madre de Dios, fue arrebatada en espíritu y se le apareció la Santísima Virgen llevando sobre su pecho la Salutación angélica escrita en letras de oro, y le dijo:
“Sabe, hija mía, que nadie puede honrarme con un saludo más agradable que el que me ofreció la Trinidad adorabilísima y por el cual me elevó a la dignidad de Madre de Dios. Por la palabra ‘Ave’, que es el nombre de Eva, supe que Dios, por su omnipotencia, me había preservado de todo pecado y de las miserias a las que estuvo sujeta la primera mujer. El nombre de ‘María’, que significa señora de luces, indica que Dios me llenó de sabiduría y de luz, como astro brillante, para iluminar el cielo y la tierra. Las palabras: ‘llena de gracia’, simbolizan que el Espíritu Santo me ha colmado de tantas gracias que puedo repartirlas abundantemente a quienes las piden por mediación mía. Diciendo: ‘el Señor es contigo’, se renueva en mí el gozo inefable que sentí cuando el Verbo eterno se encarnó en mi seno. Cuando se me dice: ‘bendita tú eres entre todas las mujeres’, alabo a la divina misericordia, que me ha elevado a tan alto grado de felicidad. A las palabras: ‘bendito es el fruto de tu vientre, Jesús’, todo el Cielo se regocija conmigo al ver a mi Hijo adorado y glorificado como Salvador de los hombres”.
Señal de predestinación, pero también de condenación
Entre las cosas admirables que la Santísima Virgen le reveló al Beato Alano de la Roche —y sabemos que este gran devoto de María confirmó con juramento sus revelaciones—, hay tres más notables. La primera: que es un signo probable y próximo de eterna condenación el tener negligencia, tibieza y aversión hacia la Salutación angélica, la cual ha restaurado el mundo. La segunda: que quienes sienten devoción a esta salutación divina portan una grandísima señal de predestinación. La tercera: que los que han recibido del Cielo la gracia de amar a la Santísima Virgen y servirla por afecto deben ser extremadamente cuidadosos de continuar amándola y sirviéndola hasta que, por su intercesión, su Hijo los coloque en el Cielo en el grado de gloria que con viene a sus méritos.
Todos los herejes —que son hijos del diablo y que llevan las marcas evidentes de la condenación— tienen horror al Avemaría; aprenden el Padrenuestro, pero no el Avemaría; y preferirían llevar sobre sí una serpiente antes que un rosario. Entre los católicos, los que llevan la marca de la condenación apenas se interesan por el Rosario, son negligentes en rezarlo o lo hacen con tibieza y precipitadamente.
Aun cuando no agregase una fe piadosa a lo que le ha sido revelado al Beato Alano de la Roche, mi experiencia me bastaría para estar persuadido de esta terrible y dulce verdad. No sé, e incluso ni veo con claridad, cómo puede una devoción aparentemente tan pequeña ser una señal infalible de eterna salvación, y su defecto, un signo de reprobación. Sin embargo, no hay nada más verdadero.
Nosotros mismos vemos cómo las personas que profesan las nuevas doctrinas de nuestros días, condenadas por la Iglesia, a pesar de su simulada piedad, descuidan mucho la devoción al Rosario y, a menudo, lo despojan de la mente y del corazón de los hombres y mujeres que les rodean, bajo los más bonitos pretextos del mundo. Se guardan muy bien de condenar abiertamente el Rosario o el escapulario, como hacen los calvinistas, pero su manera de proceder es tanto más perniciosa cuanto más sutil. […]
Un rocío celestial y una saeta inflamada
Mi Avemaría, mi Rosario o mi corona, son mi oración y mi piedra de toque más segura para distinguir a los que son conducidos por el espíritu de Dios de los que están bajo la ilusión del espíritu maligno. He conocido almas que parecían volar como águilas, hasta las nubes, por su sublime contemplación; y, no obstante, estaban desdichadamente engañadas por el demonio, y solamente pude descubrir sus ilusiones por el Avemaría y el Rosario, que rechazaban como algo de inferior nivel.
El Avemaría es un rocío celestial y divino que, cayendo en el alma de un predestinado, le comunica admirable fecundidad para producir toda clase de virtudes; y cuanto más regada está el alma por esta oración, más se vuelve iluminada en su espíritu, abrasada en su corazón y fortificada contra sus enemigos. El Avemaría es una saeta penetrante e inflamada, que, siendo unida por un predicador a la palabra de Dios que anuncia, le da fuerza para atravesar y convertir los corazones más empedernidos, aun cuando no tenga un extraordinario talento natural para la predicación.
Esa fue la saeta secreta que la Santísima Virgen enseñó a Santo Domingo y al Beato Alano para La Resurrección del Hijo de Dios – Basílica de Nuestra Señora del Rosario, Caieiras (Brasil)
convertir a los herejes y a los pecadores. De aquí procede, según afirma San Antonino, la costumbre de que los predicadores recen un Avemaría al principio de sus predicaciones. […]
¿Quién no admirará la excelencia del Santo Rosario, compuesto por dos divinas partes: la Oración dominical y la Salutación angélica? ¿Hay oración más grata a Dios y a la Santísima Virgen, más fácil, más dulce y más saludable para los hombres? Tengámoslas siempre en el corazón y en la boca para honrar a la Santísima Trinidad, a Jesucristo nuestro Salvador y a su Santísima Madre