Extraído de comentarios de San Luis María Grignion de Montfort

La práctica del Santo Rosario ha sido el Cielo quien nos la ha dado, para convertir a los pecadores más empedernidos y a los herejes más obstinados. Dios le ha vinculado la gracia en esta vida y la gloria en la otra.

Divino compendio de la vida de Jesús y de María

          Tened mucho cuidado, por favor, de considerar dicha práctica —como hace el vulgo, e incluso muchos orgullosos eruditos— como algo insignificante y de escasas consecuencias; ella es verdaderamente grande, sublime, divina. Es el Cielo quien nos la ha dado, y la ha dado para convertir a los pecadores más empedernidos y a los herejes más obstinados. Dios le ha vinculado la gracia en esta vida y la gloria en la otra. Los santos la han ejercitado y los Sumos Pontífices la han autorizado.

          ¡Oh! ¡Qué feliz es el sacerdote y director de almas, a quien el Espíritu Santo le ha revelado este secreto desconocido para la mayor parte de los hombres o conocido tan sólo superficialmente! Si de él recibe el conocimiento práctico, lo rezará todos los días y hará que los otros lo recen. Dios y su santa Madre derramarán en su alma gracias en abundancia para que sea un instrumento de su gloria; y en un solo mes dará más fruto con su palabra, aunque sencilla, que los demás predicadores en muchos años.

El que se acerca a Dios, ha de comenzar por creer

          El Credo o Símbolo de los Apóstoles, que se reza al inicio en la cruz del Rosario, al ser un sagrado resumen y compendio de las verdades cristianas, es una oración de un mérito enorme, porque la fe es la base, el fundamento y el principio de todas las virtudes cristianas, de todas las virtudes eternas y de todas las plegarias agradables a Dios. El que se acerca a Dios mediante la oración ha de comenzar por creer; y cuanta más fe tenga, su oración tendrá más fuerza y mérito y más gloria dará a Dios. […]

Quien no reza como el divino Maestro ha enseñado, no es discípulo suyo

          El Padrenuestro u Oración dominical saca su primera excelencia de su autor, que no es un hombre ni un ángel, sino el Rey de los ángeles y de los hombres, Jesucristo. “Convenía —dice San Cipriano— que aquel que venía a darnos la vida de la gracia como Salvador, nos enseñara la manera de orar como celestial Maestro”. La sabiduría de este divino Maestro bien se muestra en el orden, la dulzura, la fuerza y la claridad de esta divina oración; es corta, pero rica en enseñanza, comprensible para los sencillos y llena de misterios para los sabios.

          El Padrenuestro encierra todas nuestras obligaciones para con Dios, los actos de todas las virtudes y las súplicas de todos nuestras necesidades espirituales y corporales. Dice Tertuliano que contiene el compendio del Evangelio. Según Tomás de Kempis, aventaja a todos los deseos de los santos, compendia todas las dulces sentencias de los salmos y de los cánticos. Pide cuanto necesitamos, alaba a Dios de un modo excelente, eleva el alma de la tierra al Cielo y la une estrechamente con Dios.

          San Agustín afirma que el Padrenuestro bien rezado borra los pecados veniales. El justo cae siete veces por día. La Oración dominical contiene siete peticiones por las cuales puede remediar esas caídas y fortificarse contra sus enemigos. Es corta y fácil para que nosotros, como somos frágiles y estamos sujetos a muchas miserias, recibamos un auxilio más rápido, al rezarla con más frecuencia y más devotamente. […]

La Salutación angélica es un compendio de la mariología

          Tan sublime, tan elevada, es la Salutación angélica que el Beato Alano de la Roche ha creído que ninguna criatura puede comprenderla; que sólo Jesucristo, nacido de la Virgen María, es quien puede explicarla. Su excelencia deriva: principalmente de la Santísima Virgen, a quien fue dirigida; de la Encarnación del Verbo, para la cual fue traída del Cielo; y del arcángel Gabriel, que fue el primero que la pronunció.
La Salutación angélica resume, en la más concisa síntesis, toda la teología cristiana sobre la Santísima Virgen. En ella encontramos una alabanza y una invocación. La alabanza encierra todo cuanto constituye la verdadera grandeza de María; la invocación contiene todo cuanto debemos pedirle y podemos esperar de su bondad.

          La Santísima Trinidad reveló la primera parte; Santa Isabel, iluminada por el Espíritu Santo, añadió la segunda; y la Iglesia —en el primer Concilio de Éfeso, realizado en el año 431—, puso la conclusión, tras condenar el error de Nestorio y definir que la Santísima Virgen es verdaderamente Madre de Dios. El Concilio ordenó que se invocase a la Santísima Virgen bajo esa gloriosa cualidad, con estas palabras: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.

Un rocío celestial y una saeta inflamada

La Anunciación del ángel y la Encarnación del Verbo – Catedral de Notre Dame, París)

          Mi Avemaría, mi Rosario o mi corona, son mi oración y mi piedra de toque más segura para distinguir a los que son conducidos por el espíritu de Dios de los que están bajo la ilusión del espíritu maligno. He conocido almas que parecían volar como águilas, hasta las nubes, por su sublime contemplación; y, no obstante, estaban desdichadamente engañadas por el demonio, y solamente pude descubrir sus ilusiones por el Avemaría y el Rosario, que rechazaban como algo de inferior nivel.

          El Avemaría es un rocío celestial y divino que, cayendo en el alma de un predestinado, le comunica admirable fecundidad para producir toda clase de virtudes; y cuanto más regada está el alma por esta oración, más se vuelve iluminada en su espíritu, abrasada en su corazón y fortificada contra sus enemigos. El Avemaría es una saeta penetrante e inflamada, que, siendo unida por un predicador a la palabra de Dios que anuncia, le da fuerza para atravesar y convertir los corazones más empedernidos, aun cuando no tenga un extraordinario talento natural para la predicación.

          Esa fue la saeta secreta que la Santísima Virgen enseñó a Santo Domingo y al Beato Alano para convertir a los herejes y a los pecadores. De aquí procede, según afirma San Antonino, la costumbre de que los predicadores recen un Avemaría al principio de sus predicaciones. […]

        ¿Quién no admirará la excelencia del Santo Rosario, compuesto por dos divinas partes: la Oración dominical y la Salutación angélica? ¿Hay oración más grata a Dios y a la Santísima Virgen, más fácil, más dulce y más saludable para los hombres? Tengámoslas siempre en el corazón y en la boca para honrar a la Santísima Trinidad, a Jesucristo nuestro Salvador y a su Santísima Madre.