Por el Padre Dario Taveras, MSC (Extraído del Listin Diario Digital: http://listindiario.com/app/article.aspx?id=120708)
Monseñor Roque Adames dirigió durante 26 años la Diócesis de Santiago de los Caballeros.
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Conocí a monseñor Adames una semana antes de ordenarme sacerdote, en diciembre de 1967. Fui a verlo no solamente para que me conociera antes de “imponerme las manos”, sino también para recibir sus consejos: cultiva el uso de la Biblia, estudia el ser del dominicano, su antropología, me dijo.
Monseñor Roque Adames había llegado a Santiago de los Caballeros en el verano de 1966 desde la ciudad capital con 37 años de edad.
No era fácil para el novel obispo suceder a monseñor Polanco, hombre de estilo señorial y con 10 años bien exitosos a la cabeza de la diócesis. ¿Cómo se fue revelando el nuevo obispo, oriundo de Janico, donde había recibido en su niñez un impacto vocacional de los padres Fortín y Victorino?
Primero. Como una persona inteligente, sensata, y sumamente preparada en universidades de España, Italia e Israel. En la puerta del renombrado Biblicum de Roma, junto a la famosa Universidad Gregoriana, hay una tarja con una lista de nombres de alumnos sobresalientes. Esta lista la encabeza “Roque Antonio Adames Rodríguez”, alumno brillante, siempre Suma Cum Laude, tanto en Santander, como en Roma y Jerusalén, donde estudió Filosofía, y profundizó en Teología y Biblia.
Para el padre Roque Adames, ordenado en 1954, fue un sacrificio aceptar el nombramiento de obispo. Él se sentía más a gusto en el aula, en la cátedra, en la universidad.
Segundo. Se fue revelando como un hombre de visión. Visión de una iglesia del futuro. Renovada. Más abierta a la cultura, a la música, a la vida. Más descentralizada, más urbana, más ilustrada, más dialogante, más laical. Con estructuras eclesiales para el ¡“Vayan”!, más que para el ¡“Vengan”!
La catequesis y los ministerios laicales fueron sus primeras opciones pastorales. Monseñor Adames hizo su propia lectura de lo que escribe el apóstol Pablo en Tesalónica: “Les pedimos, hermanos, que tengan en consideración a los que trabajan entre ustedes, los presiden en el Señor y los alimentan. Ténganles en la mayor estima con amor por su labor” (1Tes.5, 12-13). Se multiplicaron los catequistas y nacieron en la sierra los presidentes de Asamblea.
Tercero. Se reveló también como un pontífice, como un liturgo, como un celebrante, digno, profundo y sencillo a la vez. Monseñor Adames disfrutaba presidiendo la celebración de la consagración de los óleos en la mañana del Jueves Santo. Esa mañana se revestía con todo lo previsto por el Pontifical Romano. Se preveía todo, para que no faltara nadie, como dice el libro de los Hechos. Acudían los presidentes de Asamblea, los diáconos, los sacerdotes con las delegaciones parroquiales cargadas de frutas, de flores, y de dones para la ofrenda, que siempre iba a parar a la cárcel, al asilo y al hospital.
El Día del Sacerdocio, monseñor Adames entregaba a cada sacerdote una carta escrita de su puño y letra.
Cuarto. Se reveló como un buen serrano, con olor a pino. En sus largos años por Europa, en su estadía en Santo Domingo, no olvidó de dónde salió. Su nombramiento en Santiago fue como una vuelta a casa. Cultivó un amor de alianza con los campesinos, por el medio ambiente, por la naturaleza, por el campo. A más de uno, en cierta ocasión, le confesó un deseo: ser enterrado como un pino, en la simple tierra, en el cementerio de Los Montones, San José de las Matas.
En plena Sierra en San José de las Matas, concretizó sus tres grandes amores: 1) la catequesis con el instituto San Carlos Borromeo, 2) los ministerios laicales con el primer envío de presidentes de Asamblea y consagración de diáconos y 3) su inquietud por la promoción humana con el Plan Sierra.
En la década del 70, la diócesis de Santiago de los Caballeros con monseñor Adames a la cabeza, era la diócesis líder en el país.
Monseñor contó con un clero diocesano excelente. De ese clero santiaguero salen los hoy obispos de San Francisco de Macorís, Higüey, San Juan de la Maguana, Baní, Barahona y Mao. Contó con unas congregaciones religiosas abiertas a la colaboración entusiasta y generosa. Con unos laicos comprometidos y con un pueblo bueno de verdad, “con el que no cuesta, ser buen pastor”, como solía decir monseñor Romero en El Salvador.
Quinto. No todo fue fácil. No todo fue gloria en el camino transitado por monseñor Adames en sus largos 26 años a la cabeza de la diócesis de Santiago, que en ese entonces cubría también a Mao, Puerto Plata y Salcedo.
Al llegar a Santiago, en 1966, no lo conocía, ni el clero, ni la población. Provenía de la Capital, y más aún: de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) donde era profesor y parte integrante del Claustro Ampliado, dentro del Movimiento Renovador de la Universidad Primada. El clero y el grupo influyente de la ciudad de los 30 Caballeros, lo recibieron más bien con recelo y con interrogantes. Con el tiempo esos recelos y esas interrogantes fueron desapareciendo y se convirtieron en valoración, en estima, en cariño y en aprecio.
Fue Rector de la Universidad Católica Madre y Maestra en momentos de cambio y muy difíciles, que él enfrentó con gallardía.
Hubo piedras en el camino. Una de ellas fue aquella explosión de las calderas de la fábrica de productos Mamá con pérdidas de vidas humanas. El manejo de ese caso, por parte del obispado, puso a dura prueba el valor de la justicia y el tesoro de la unidad en el clero y la feligresía.
A monseñor Adames le tocó sufrir cinco derrames cerebrales y tres infartos que lo dejaron casi invalido. Visitándolo un día en Gurabo, pensaba yo en Fray Juan de la Cruz, que en su lecho de enfermo en Ubeda solía decir “Qué sabe quien no ha sufrido”
Mano solidaria
En estos últimos 15 años de su enfermedad, lo solía visitar dos o tres veces al año. En una de estas ocasiones le lleve como regalo un pequeño libro titulado “El silencio de Santo Tomás” del teólogo italiano Bruno Forte, que describe “La experiencia final de uno de los más famosos teólogos de la Iglesia Católica, que decide callar porque ya no puede hablar, impresionado por la enorme distancia que separa su larga obra escrita, de lo que le ha sido concedido comprender y contemplar”. La lectura de este librito le hizo un bien enorme.
¿Por qué Santo Tomás de Aquino calla los últimos meses de su vida y se hunde en un mutismo inexplicable mientras conserva íntegra su lucidez mental? ¿Qué le ha sucedido a este maestro de la ciencia y testigo extraordinario de la fe?
Fray Reginaldo, secretario de Santo Tomás, insiste para que el maestro vuelva a sus escritos y Tomás de Aquino le responde: “Reginaldo, no puedo. Todo lo escrito me parece ahora paja, comparado con lo que he visto y me ha sido revelado”. No es una confesión de fracaso. Es un grito de victoria. Como es un mensaje de victoria, lo que nos comunica monseñor de la Rosa y Carpio, sucesor de monseñor Adames en Santiago: “Murió en una paz increíble”. Hasta el cielo, Monseñor.